A lo largo de la historia del cine se han producido muchos regresos. Como en cualquier expresión artística que se precie, el retorno a unas determinadas constantes o características escénicas, pictóricas, musicales etcétera, se ha considerado como la reconquista de un patrimonio heredado. El acto de volver a ello es un homenaje y, a la vez, un intento de aprovechar su fuerza para complementarlo con nuevas ideas. La cultura vive, en buena parte, de la miscelánea y aunque dichos movimientos susciten en ocasiones críticas muy feroces, es un hecho comprobado que el ser humano, de forma periódica y nunca unánime, tiende a rebuscar en su pasado para ilustrar su presente.
El componente emotivo y sentimental juega un rol importante en los retornos. Entrando ya en el mundo del cine, es obvio hacer constar que hay determinados tipos de regresos, algunos más exitosos que otros. Concretemos aún más y acerquémonos al tema en cuestión. La saga
Star Wars no es cualquier retorno. Su rotunda inserción en la cultura popular, gracias a un poder de atracción mediático extraordinario, la convierte en símbolo y referente del espectáculo cinematográfico para varias generaciones de espectadores.
Star Wars es un mito de la cultura popular y esa privilegiada posición es también un
boomerang que puede traer consigo reacciones negativas. La trilogía original es un icono reverenciado que buena parte del público siente como propio porque le recuerda las grandes emociones sentidas en su momento. Por consiguiente, es difícil estar a la altura de un recuerdo tan grande y potente.
George Lucas, a quien se le debe gratitud eterna por haber ideado y puesto en marcha un proyecto en el que nadie creía a mediados de los setenta, fue el primero en fracasar cuando presentó las precuelas a la obra original, estrenadas entre 1999 y 2005. La carencia de emoción, la sensación de nostalgia mal aprovechada, la frialdad de los escenarios e interpretaciones y, sobretodo, la falta de corazón y entusiasmo que desprendían dichas películas provocó una decepción importante en buena parte de la audiencia.
Con la compra de derechos y el ingreso de
Lucasfilm en el conglomerado
Disney, llegaron nuevos liderazgos. La idea de la nueva responsable ejecutiva,
Kathleen Kennedy, fue la de recuperar el entusiasmo perdido y poner el futuro de la saga en las mejores manos posibles. La incorporación de
JJ Abrams aseguraba una buena dosis de talento puesto que es uno de los mejores creadores del
Hollywood actual. Si observamos lo que ha sido su carrera, vemos como ha ido juntando piezas a un puzzle que ahora se completa. Y además, su condición de fan incondicional de la saga le otorgaba un doble componente: respeto por la franquicia e ilusión por continuarla.
Por otra parte, la vuelta de
Lawrence Kasdan, responsable de los mejores guiones de la trilogía original, permitía recuperar los mejores elementos, perdidos en las precuelas, y erigir una nueva película sobre la base de factores de éxito plenamente identificables: energía, calidez y emoción. Era necesario crear un film que rezumara corazón y alma. Debía regresar el espíritu de gran espectáculo, olvidando las tramas políticas prescindibles para centrarse en las emociones de los personajes.
Abrams y
Kasdan sintonizaron plenamente en la faceta creativa y decidieron identificar todo aquello que había funcionado en su momento para ponerlo en liza, de forma actualizada, y crear una nueva película con base sólida. Las precuelas demostraron que
Star Wars no admitía la experimentación ni las veleidades biológicas ("midiclorianos").
La posibilidad de recuperar al trío protagonista original, en una historia que acontece treinta y dos años después de
El Retorno del Jedi, también posibilitaba ahondar en esa dimensión emocional y nostálgica. Por una parte, podemos ver qué ha sido de ellos y cómo han evolucionado. Y, en segundo lugar, aportan una base de apoyo para que los nuevos protagonistas crezcan en un marco de cohesión argumental con la trilogía clásica.
Bajo estos preceptos,
El Despertar de la Fuerza se convierte en un auténtico drama de personajes y mantiene el canon establecido en cuanto a la lucha maniquea entre el bien y el mal, añadiendo varios matices en la contienda.
JJ Abrams es claramente mejor director que
George Lucas, domina más el lenguaje cinematográfico y rueda con mayor soltura y habilidad que su predecesor. Eso permite que la saga evolucione, desde el punto de vista técnico, mientras mantiene un ritmo constante en la narración. Además, es infinitamente mejor en la dirección de actores y consigue lo mejor de ellos porque mantiene una gran comunicación, está abierto a las sugerencias, y crea un clima de cercanía en el
set de rodaje. El talante silencioso de
Lucas y su escaso interés por los actores queda más al descubierto que nunca cuando vemos cómo los personajes de
El Despertar de la Fuerza tienen una entidad superior a lo visto en las precuelas. Hablar de
George Lucas en este sentido no puede ser considerado como algo nuevo puesto que él mismo ha declarado, en innumerables ocasiones, que odia dirigir. Siempre se ha sentido mucho más cómodo produciendo, aportando ideas y editando en la sala de montaje.
Así es como
Abrams y
Kasdan reescribieron el borrador inicial de
Michael Arndt para dejar atrás la torpeza de las precuelas e insuflar nueva energía y vigor a la saga. El resultado es una película que tiene un ritmo y una garra irrefutable. Mezcla con acierto aventura, emoción, épica, desarrollo de personajes y acertadas notas de humor. Recupera el
tempo de
Star Wars: Una Nueva Esperanza y resitúa algunas de sus constantes para crear una película homenaje que, al mismo tiempo, presenta nuevos caminos que
Rian Johnson y
Colin Trevorrow desarrollarán en los siguientes episodios. En mi opinión, no se trata de un
remake ni un
refrito como tal. Yo lo veo como una recuperación del glorioso pasado que busca reconectar con el público y hacer brotar el entusiasmo que inevitablemente surge de las referencias al original. Al poner en juego elementos familiares, en una nueva fórmula,
Abrams consigue que la saga vuelva a gravitar sobre el fervor y la emoción, dejando atrás la frialdad y la distancia respecto al material. Y eso no es falta de audacia ni mucho menos porque cuando alguien se pone al frente de un proyecto así el valor no debe ser algo que escasee. El reto era monumental pero afortunadamante el resultado ha respondido a las expectativas y a la ilusión generada.
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