27 de juliol del 2015

Spielberg on Spielberg: Salvar al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998)

"Creo que cada país debería contar historias referentes a su propia historia. La verdad es que los británicos han hecho algunas de las grandes historias sobre la Segunda Guerra Mundial. Creo que somos responsables de decir todo lo que sabemos y lo que sabemos, en la medida de lo posible. Y así lo esperamos de cualquiera que tenga algo que contar."

Resulta paradójico que un proyecto de la envergadura de Salvar al Soldado Ryan pudiera nacer de un forma tan fortuita y que la implicación de Steven Spielberg llegara también desde cauces poco habituales. Viendo la repercusión y potencia de la película es curioso investigar sobre su producción y encontrarse con que la idea surgió de un guionista que había escrito libretos para películas más bien infantiles. 

El guionista en cuestión era Robert Rodat. La idea le sobrevino durante un viaje por el estado de Pennsylvania en 1994. Durante el trayecto, le llamó la atención un monumento a los caídos en la población de Port Carbon. El monolito estaba dedicado a cuatro hermanos que habían muerto en la Guerra Civil. Este hecho activó la inspiración de Rodat. Decidió cambiar su registro habitual para crear una historia parecida a la de los chicos de Port Carbon pero ambientada en la Segunda Guerra Mundial. En sus primeras investigaciones descubrió que hubo dos casos parecidos en el conflicto bélico en cuestión y siguió indagando para modular su propuesta. Una vez terminado el primer borrador, lo envió al productor Mark Gordon quien no se convenció de la calidad del material hasta la revisión número 11 por parte de Rodat. 

Gordon y su socio, Gary Levinsohn, compraron los derechos del libreto para su productora, Mutual Film Company. Pensaban en Tom Hanks como protagonista y decidieron enviarle el guión. Paralelamente, el agente de Steven Spielberg descubrió el script y se lo entregó sin demasiadas esperanzas ya que hacía mucho tiempo que el director obviaba las propuestas que le llegaban a través de la agencia de representación. Pero cuando empezó a leerlo, la premisa empezó a interesarle. Desde niño había desarrollado una gran afición por el cine bélico y, en concreto, por la Segunda Guerra Mundial. Ese interés nació con las historias que le explicaba su padre, Arnold Spielberg, sobre su periplo en el conflicto bélico. Arnold había servido en Birmania y la India como jefe de comunicaciones de un escuadrón de bombarderos B-25. Su destreza como ingeniero le había permitido perfeccionar las antenas de los aeroplanos y le había elevado a un puesto importante dentro de su regimiento. Además de lo que su padre le explicaba, el joven Steven también desarrolló su fascinación por la época a través de los objetos e indumentaria que Arnold se había traído consigo.

Arnold y Lea Spielberg junto a su hijo Steven.

A finales de los 50, con el "gérmen" del cine ya muy desarrollado, Spielberg dirigió una pequeña película bélica casera cuyo título era The Last Gunfight. Sus padres alentaron esta afición y pagaron de su bolsillo Escape to Nowhere. La familia se encontraba viviendo entonces en Phoenix (Arizona) y allí Spielberg movilizó a varios de sus compañeros de instituto para que participaran en un proyecto en el que incluso consiguió rodar con aviones militares abandonados, vistiendo a los chavales con trajes y cascos que su padre había traído de Birmania. Se obsesionó con esta temática y veía la guerra con inocencia, sin noción de realismo. En ese momento solo le fascinaban las escenas que podían crearse en este contexto militar. Posteriormente, siguió realizando películas amateurs derivando hacia la ciencia ficción, como fue el caso de Firelight (1964), pero no hay duda de que cuando se convirtió en director profesional el contexto histórico de los años 30 y 40 tiene una impronta muy destacable en su filmografía.

La posibilidad de realizar una película que homenajeara a los veteranos era algo que Spielberg tenía pendiente. Sin embargo, no quería hacer un film que reconstruyera una campaña militar completa. No deseaba una nueva película de crónica bélica sino que le interesaba más explicar una historia humana en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Cuando leyó el guión de Robert Rodat pareció encontrar una historia que le gustaría contar. Por otra parte, su enfoque iba a ser radicalmente realista. Estaba dispuesto a hacer un retrato descarnado del horror de la guerra. No estaría carente de épica aunque se iba a distanciar completamente de la visión glorificadora que impregnaba el cine bélico clásico.

Rodat empezó a trabajar en el guión tras ver el monumento de Port Carbon pero basó su trama ficticia en la historia de los hermanos Niland. Estos cuatro hermanos de Tonawanda (New York) sirvieron en la guerra. Tres de ellos murieron en combate y el cuarto fue localizado en Francia y enviado a casa por las autoridades militares. Cumplió el resto de su servicio en los Estados Unidos. Posteriormente, se descubrió que uno de los tres hermanos declarados muertos no había fallecido sino que se hallaba en un campo de prisioneros japonés en Birmania. Tras ser liberado en mayo de 1945, también regresó a casa. La muerte de otra saga de hermanos, los Sullivan, a bordo del barco militar Juno provocó que el Departamento de Guerra emitiera una orden por la cual los hermanos no podían servir juntos en un conflicto bélico.


Con todos estos elementos previos, Rodat concibió un argumento que se iniciaba el 6 de junio de 1944, el día del desembarco aliado en las playas de Normandía. Después de la brutal contienda, en la que murieron casi 10.000 soldados en cada bando, llega a conocimiento del Estado Mayor del Ejército norteamericano que tres hermanos han muerto, en pocas horas de diferencia, y que queda uno detrás de las líneas enemigas pero en paradero desconocido. El General George C. Marshall, Jefe de Estado Mayor, ordena que un pelotón vaya a buscarlo y lo traiga de vuelta. En las playas de Normandía, un capitán del Segundo batallón de Rangers, John Miller, recibe el encargo de comandar una escuadra que se interne en zona de conflicto, descubra el paradero de James Ryan, paracaidista de la 101 aerotransportada, y lo saque del frente. Miller y sus hombres de confianza inician una compleja misión de búsqueda en la que deberán arriesgar sus vidas para salvar a un solo hombre.

Tom Hanks y Spielberg eran amigos desde hacía mucho tiempo. La estrecha amistad que mantenían se extendía a sus familias y quizá por ello nunca habían querido poner a prueba esa amistad trabajando juntos. Cuando el doble ganador del Oscar por Philadelphia (1993) y Forrest Gump (1994) supo que Spielberg estaba considerando dirigir la película tuvo sus dudas porque no estaba seguro de mezclar amistad y trabajo pero se entusiasmó tanto con el material que decidió afrontar el reto.  Spielberg, por su parte, estaba encantado de trabajar con su gran amigo y se asoció con Mark Gordon para producir la película asegurando una distribución compartida entre DreamWorks y Paramount. Además, involucró en la producción a Ian Bryce, colaborador habitual de George Lucas, que recientemente había realizado un buen trabajo en un proyecto reciente de Amblin Entertainment: Twister (1996).
"Es la mejor experiencia que jamás he tenido trabajando con un actor. Puedo decirlo categóricamente, la mejor experiencia que jamás he tenido."
Director y protagonista trabajaron más el personaje de John Miller. Decidieron resaltar el misterio acerca de la vida anterior al conflicto y siempre tuvieron claro que debía ser un hombre corriente en circunstancias extraordinarias. Ya en la pre-producción se vio claro que ambos funcionaban perfectamente y en el rodaje ese entendimiento fue a más. Siempre estuvieron de acuerdo en la dirección a seguir y de esa lluvia de ideas constante se benefició la película. Uno de los elementos que más trabajaron fue el hecho de concebir al Capitán Miller como alguien que busca hallar la decencia perdida durante la guerra. Ante el horror que ha tenido que afrontar, busca encontrar un sentido noble que justifique la brutalidad y, curiosamente, esa misión que nadie quiere, la de encontrar a Ryan, servirá para descubrir esa decencia perdida. La película plantea la encrucijada que implica cumplir con un deber que genera fisuras. Los lazos de hermandad que se establecen entre los soldados que combaten juntos generan vínculos muy potentes. Y poner en riesgo la vida para salvar a alguien que no es de su unidad y que ni tan siquiera saben si continúa vivo provoca dudas y cierta inquina incluso en el oficial al mando. Uno de los elementos narrativos más interesantes de la película se produce al ver como los rigores de la misión y la irrupción del propio Ryan provoca un cambio de prioridades. El egoísmo no tiene cabida en una unidad militar pero, de alguna manera, en Salvar al Soldado Ryan captamos que el individualismo y el sentido grupal pueden llegar a un punto de conexión.


Para dar vida al fusilero Richard Reiben, Spielberg se decidió por Edward Burns. Tras ver su trabajo como actor y director en Los Hermanos McMullen (The Brothers McMullen, 1995) se convenció de que era el idóneo para dar vida a un oriundo de Brooklyn: brusco y tozudo pero siempre fiable. Jeremy Davies también había intervenido en Twister (1996) y el director le fichó para el papel del Cabo Timothy Upham, un cartógrafo e intérprete más dotado para el trabajo de despacho que para el combate. Su fortuita inclusión en la escuadra cambiará su destino y aportará una nueva perspectiva al pelotón hasta que su falta de experiencia haga mella en él.

Para el papel del Sargento Mike Horvath, Spielberg consideró a Billy Bob Thornton y Michael Madsen. Thornton no soporta el agua y rechazó participar por lo que implicaba la escena del Día-D. Madsen tampoco se mostró interesado pero emplazó a Spielberg para que contara con su amigo Tom Sizemore. El intérprete de Detroit era un fantástico actor cuyo problema radicaba en su adicción a las drogas. Su constitución física y presencia en escena le convertían en un excelente Horvath pero, durante el rodaje, Spielberg le obligó a pasar controles de sangre diarios bajo la amenaza de despedirle si, en algún momento, esos tests salían positivos. Sizemore no rebasó esa línea roja aunque en los años posteriores ha seguido teniendo problemas.

Barry Pepper se incorporó para dar vida al letal francotirador Daniel Jackson mientras que Adam Goldberg encarnó al burlón Stanley Mellish, un judío neoyorkino cuya lengua le pierde en más de una ocasión. Giovanni Ribisi fue contratado para el papel del médico Irwin Wade mientras que el breve pero trascendental rol de Adrian Caparzo recayó en Vin Diesel. A Spielberg le había encantado su trabajo en Strays (1997), donde también era director y guionista. Decidió crear el personaje basándose en sus prestaciones. Pocos años después, su fama se dispararía con las franquicias Fast and Furious y Riddick.

En cuanto a James Ryan, la decisión era más difícil. Debía ser la gran víctima de algo que desconocía y, a la vez, el motivador de una misión que generaba oposición y escepticismo en el pelotón que debía ir a buscarlo. Unos soldados que acababan de participar en la operación anfibia más trascendental de la historia, se veían ahora desplazados de su compañía para iniciar una misión de rescate que les alejaba del frente pero que no reducía el riesgo sino que incluso lo acrecentaba. Todo aquello por lo que luchaban y por lo que se habían alistado debía pasar a segundo término para buscar a alguien que quizá no seguía vivo. Spielberg quería a un actor poco conocido que representara la imagen de la América rural y profunda. Cuando vio En Honor a la Verdad (Courage under Fire, 1996) encontró a su Ryan en el joven Matt Damon, cuya carrera acababa de empezar. Lo que ocurrió es que ese desconocimiento que buscaba se desvaneció cuando, meses antes del estreno de la película, Damon ganó el Oscar junto a Ben Affleck por el guión de un film que ambos protagonizaron, El Indomable Will Hunting (Good Will Hunting, 1997), y el éxito de esa cinta catapultó a ambos hacia el estrellato. El reparto se completó con pequeñas pero importantes intervenciones de Ted Danson, Paul Giamatti, Dennis Farina, Leland Orser, Harve Presnell como el General Marshall, y un casi irreconocible Bryan Cranston.

Dale Dye, capitán de los Marines y veterano de la guerra de Vietnam, aparece rodeado por los actores principales durante el entrenamiento previo al rodaje. 

Esa inquina y escepticismo respecto a Ryan que se ve reforzada por las muertes de dos de los integrantes de la misión, era un potente motor de conflicto narrativo y, en esa búsqueda de naturalidad y realismo para la película, Spielberg decidió que el entrenamiento militar de diez días que afrontaría el reparto principal, antes de iniciar el rodaje, no contaría con la presencia de Matt Damon. Fue un durísimo periodo de entrenamiento en el que el capitán retirado Dale Dye machacó a los actores y les hizo probar, por unos días, las condiciones de vida de un soldado en combate. La ausencia de Damon generó en los intérpretes un cierto resentimiento que Spielberg deseaba aprovechar en la película. Era importante mostrar el cansancio físico y mental que caracterizaba a los soldados en campaña y que tan bien habían reflejado los documentales sobre la guerra. El entrenamiento con un "hueso" como Dale Dye colaboró decisivamente en ello. Por otra parte, este boot camp estrechó los lazos entre ellos y les hizo trabajar en equipo mejorando su credibilidad ante la cámara. Esa camaradería se reflejó en una conversación en la que hablaban como si fueran sus personajes y explicaban cual era su visión respecto a la guerra y a la misión en concreto. Esa conversación tenía una frescura y espontaneidad que Spielberg quería aprovechar y así fue como Robert Rodat transcribió la charla y se incorporó al guión en la secuencia en que el pelotón charla al inicio de la búsqueda, mientras caminan por la campiña francesa. Esta naturalidad es la que el director perseguía y siguió alentando a los actores para que aportaran ideas.


"La Segunda Guerra Mundial es la última gran guerra. Rezo para que no vuelva a estallar una guerra a esa escala. La próxima guerra global será el fin del mundo como lo conocemos. No hay lección alguna que extraer al hacer una película sobre la Segunda Guerra Mundial. Tanto si haces una película realista sobre el conflicto como una mala película, el mensaje es el mismo: la guerra es un infierno. La otra historia que me atrajo de Salvar al Soldado Ryan fue cómo encontrar la decencia en el infierno de la guerra. Fue esa búsqueda de la decencia lo que me atrajo. No la hice para ser el cineasta número 407 del planeta que dijera y constatara que la guerra es un infierno. Esta película es un homenaje a los veteranos del conflicto, es para ellos."
Teniendo en cuenta esta premisa ideológica, Spielberg decidió incluir expresamente un homenaje a los caídos en la guerra. El rodaje empezó el 27 de junio de 1997 con la filmación de las secuencias que tienen lugar al inicio y conclusión de la cinta en el cementerio americano de Normandía en Colleville-sur-Mer, donde descansan los restos de más de 9000 militares estadounidenses fallecidos durante la campaña europea. Estas secuencias recibieron críticas por parte de la prensa europea en general, al considerarlas excesivamente patrióticas. La respuesta de Spielberg fue contundente, en su película esta memoria a los caídos era imprescindible. Gracias al esfuerzo y sacrificio de los soldados aliados, el frente occidental en Europa se pudo abrir por tierra y eso permitió el avance de las tropas en la liberación de Francia, Bélgica, y Holanda para llegar finalmente al interior de Alemania.

Los equipos de Ian Bryce y Tom Sanders ya tenían a punto la playa irlandesa de Curracloe, cerca de Ballinesker (condado de Wexford), para rodar la secuencia cumbre: el desembarco de las unidades americanas en uno de los sectores más duros de la playa "Omaha" en el Día-D. 



El rodaje de esta auténtica set-piece se extendió durante 27 días y costó 12 millones de dólares. Ian Bryce consiguió la colaboración del ejército irlandés que aportó más de 1000 reservistas para que intervinieran como figurantes. Esta brutal y macabra secuencia de 25 minutos de duración, que fue definida como la batalla más realista jamás vista en la gran pantalla, se considera uno de los momentos cumbre en la trayectoria de Spielberg como director. En todo momento, su enfoque estuvo centrado en ser honesto y retratar los horrores del desembarco tal como se produjeron. Hay que tener en cuenta que los bombardeos previos no habían conseguido los resultados esperados y las defensas alemanas seguían prácticamente incólumes el 6 de junio de 1944. Tal como afirma el historiador Stephen E. Ambrose, la mayor operación combinada de la historia militar fue una auténtica carnicería.

Spielberg y Janusz Kaminski habían decidido que la imagen de la película debía tener similitudes con los documentales históricos de la contienda. No querían un espectáculo hollywoodiense en technicolor porque el objetivo principal era buscar el realismo y reflejar la crudeza de la guerra. Por consiguiente, Kaminski diseñó una dirección de fotografía que buscaba el granulado y rebajaba el cromatismo. Para conseguirlo modificó las cámaras buscando el grado de obturación que tenían en esa época. Además, ordenó extraer la protección de las lentes de panavision. Eso hacía que la luz rebotara y creara imágenes difusas, destellos, cielos sombríos y una imagen tenue que encajaba con el tono del film. En todo momento, la intención era sumergir al público en la escena y darle la sensación de estar dentro de la guerra. Todo ello tuvo su primera piedra de toque en la secuencia del desembarco.


Habituado a rodar siempre con un ritmo rápido, Spielberg rebajó la velocidad en Ballinesker filmando solo dos tomas por la mañana y dos por la tarde. Ante una logística tan grande, se requería mayor tiempo de preparación. Los técnicos de efectos especiales podían trabajar con mayores garantías para garantizar la seguridad técnica en las innumerables explosiones que debían preparar. Spielberg dio una lección  magistral de planificación y realización demostrando que es capaz de conciliar la perfección técnica con la expresión gráfica del horror y la mutilación mientras conectamos con la visión que tiene John Miller (Tom Hanks) de ese espectáculo dantesco. Los momentos en que la cámara acompaña a los soldados dentro y fuera del agua son espléndidos ya que incluso esa tramposa seguridad subacuática, donde el ruido de las ráfagas y explosiones se atenúa, queda rota por los disparos que penetran en el mar y siguen matando. No solo las balas enemigas suponen el principal peligro sino que también interviene el medio físico: el ahogamiento del soldado que no puede librarse del peso de su equipo es un claro ejemplo. La percepción de ahogamiento está presente dentro y fuera del agua puesto que en la playa la sensación que se transmite es que no había un centímetro seguro y la muerte estaba prácticamente asegurada. Dentro de esa tormenta de explosiones, John Miller trata de mantener unida a su compañía mientras los hombres caen fulminados de forma constante generando ríos de sangre que confluyen en el mar. Spielberg amplió mucho más el material que Rodat había concebido y definió los momentos en que Miller queda temporalmente sordo tras una potente explosión y empieza a asistir atónito a la masacre que se está produciendo ante sus ojos. En ese momento, es como si entráramos en su mente y experimentáramos la sensación de estar completamente paralizado a nivel mental y físico. Miller queda momentáneamente incapacitado puesto que los acontecimientos le han sobrepasado. Cuando se recupera sensorialmente y lidera el avance presenciamos momentos de una crudeza aún superior hasta que finalmente consiguen acabar con la resistencia alemana del sector y aflora la tensión contenida ante lo que acaba de producirse. El realismo regresa entonces con fuerza y vemos como nuestro protagonista es de carne y hueso porque ya antes de desembarcar experimenta un temblor en su mano derecha que no le abandonará. Estas secuelas psicológicas y emocionales solo las habíamos conocido en las películas realizadas, a partir de los años 70, sobre la guerra de Vietnam. Ahora, Spielberg retrataba los auténticos efectos de la última guerra global.

"Quería que el público sintiese los mismo que esos reclutas que desembarcaban de esas barcazas y nunca antes habían visto una batalla, el 95% de ellos jamás había visto una batalla. Fue un caos total y yo intentaba plasmar ese caos en la pantalla. Los soldados tenían que luchar y avanzar para sobrevivir, encomendándose al más cruel de lo azares."
En post-producción, el trabajo del equipo de efectos sonoros dirigido por Gary Rydstrom y la inclusión de más barcos y tropas, por parte de los técnicos de Industrial Light & Magic, acabaron de convertir esta gran secuencia en imperecedera.


A finales de julio, el equipo se trasladó a Inglaterra para rodar secuencias en Thame Park (Oxfordshire) y en Hatfield (Hertfordhire). Fue en Hatfield donde se utilizó un antiguo aeródromo de la RAF para construir el decorado de la ficticia ciudad de Ramelle, donde tiene lugar el enfrentamiento final de la película. Spielberg asegura que el poco tiempo que tuvo para la pre-producción (acabó de rodar Amistad siete semanas antes de empezar con Ryan) fue bien porque agudizó la inventiva y la naturalidad. Se sintió como un cineasta debutante que toma contacto con los escenarios al entrar a rodar, planificando tomas y ángulos de cámara sin storyboard alguno. Cierto es que eso fue posible gracias al talento que atesora y a la forma como interioriza la técnica de filmación. Alguien más inexperto o menos talentoso habría tardado más del doble de tiempo. El rodaje finalizó el 13 de septiembre de 1997, así que solo se extendió durante dos meses y medio teniendo en cuenta que su metraje es de 169 minutos.

La película será siempre recordada por la secuencia del Día-D y es justo que así sea. Pero revindico que el film no pierde interés y ritmo en el resto del metraje. La búsqueda de Ryan que tanto parece incomodar a los miembros de la escuadra, cobra entonces protagonismo mientras somos testigos de las enormes dificultades que experimentan las tropas para avanzar en Normandía ante un ejército alemán que se mantiene sólido y dispone de refuerzos. Vivimos la llegada a Neuville, lugar en que la compañía de Ryan fue lanzada en paracaídas, y el drama humano que supuso el conflicto para la población civil. Son momentos duros en que un padre pretende entregar a su hija a los soldados para garantizar su seguridad. En ese esfuerzo por cumplir con lo imposible, el pelotón sufrirá su primera baja. Poco después, se vive un momento curioso e incluso divertido cuando se localiza a un James Ryan (interpretado por un entonces desconocido Nathan Fillion) que no es la persona que buscan. Spielberg trabaja la expresión del combate de una forma contundente, reservando espacios para el desarrollo de los personajes, pero también se guarda momentos más intimistas como el que se vive en la iglesia en la que se refugian antes de partir hacia Vierville. De alguna manera, la labor de Miller es la de un detective que va siguiendo pistas, algunas erróneas, para localizar al objetivo de la misión.


La misión es localizar a un hombre, no destruir una posición enemiga, recuperar un enclave o ganar terreno. Tal como hemos comentado anteriormente, esta misión no es del agrado de unos soldados entrenados para el combate. Sin embargo, en el proceso de encontrar a Ryan, la escuadra se verá metida en refriegas aunque de forma involuntaria. Después de la escaramuza en Neuville y de comprobar la tragedia ocasionada por unos aero-deslizadores demasiado pesados cerca de Vierville, el grupo de Miller localiza un nido de ametralladoras alemán que está defendiendo una antena de comunicaciones. Aunque su misión no incluye intervenir directamente en acciones de combate, Miller ordena a los suyos que le sigan en la toma de una posición cuyo fuego ya ha generado bastantes bajas americanas. Tras el combate, la muerte de Wade destroza las conciencias del pelotón. El capitán sigue buscando la decencia perdida en la guerra, quiere que todo lo que están haciendo sirva para algo y que su espíritu no quede magullado para siempre. Por todo ello, decide liberar a un soldado alemán que ha sobrevivido al ataque. La oposición de parte de sus hombres llega a tintes de motín. Quien lleva las amenazas al extremo es Reiben quien se dispone a abandonar la misión para incorporarse a un regimiento de combate mientras Horvath le apunta con su pistola acusándole de insubordinación. Miller se mantiene en silencio ante una situación de máximo riesgo hasta que irrumpe en la discusión preguntando por el estado de la apuesta que los hombres han puesto en marcha sobre su origen y profesión. Ese aura de misterio que rodeaba a Miller y que pretendía demostrar cuan fuerte podía ser su coraza emocional ante lo que estaban viviendo, se cae definitivamente cuando explica que era profesor en Pennsylvania y estaba casado. En sus palabras, comprobamos que las condiciones que le distinguían como persona han desaparecido desde que empezó a combatir y que él mismo ya casi se reconoce. Ante una pérdida de humanidad tan grande, ha decidido preservar lo que le queda para tratar de salvar a Ryan y ganarse el billete de regreso a casa. Una forma nueva de liderar, a través de la sinceridad, pero igualmente potente. Sin duda, se trata de uno de los momentos narrativos más importantes de la película.


La llegada a Ramelle les pone en contacto finalmente con Jimmy Ryan. Pero cuando Miller le informa de la muerte de sus hermanos y de las órdenes que se han dado para que sea sacado del frente y enviado a casa, el joven soldado se resiste. Prefiere quedarse junto a sus compañeros y defender un puente estratégico aunque dispongan de pocos hombres y recursos para hacer frente al contraataque alemán. La rabia de Reiben y Mellish parece hacerse más fuerte contra Ryan después de haber perdido a dos compañeros para localizarle. Pero no hay forma de que el joven de Iowa acepte marcharse porque no se considera merecedor de este trato de atención y considera que debe permanecer con los únicos hermanos que le quedan. En esta situación de máximo riesgo, Miller toma una decisión después de escuchar a Horvath:
"I don't know. Part of me thinks the kid's right. He asks what he's done to deserve this. He wants to stay here, fine. Let's leave him and go home. But then another part of me thinks, what if by some miracle we stay, then actually make it out of here. Someday we might look back on this and decide that saving Private Ryan was the one decent thing we were able to pull out of this whole godawful, shitty mess. Like you said, Captain, maybe we do that, we all earn the right to go home." 

Podrían haberse marchado e informar al mando que no habían podido localizarle o aducir cualquier otra razón. Pero de nuevo se presenta la oportunidad de hacer algo que valga la pena deteniendo el avance de un escuadrón panzer alemán y preservando uno de los pocos puentes que quedan sobre el río Merderet. La dura refriega que configura el tercer acto de la película es de una brillantez impresionante. Ver el cuerpo a cuerpo, la lucha frente a tanques, la astucia y el repliegue frente a la demostración de poder... es algo espléndido. La cámara sigue a los protagonistas por escaleras, huecos, campanarios, hoyos... es un despliegue de maestría técnica y de realismo bélico. Una vez más, volvemos a sentirnos dentro del combate.
"Desde una perspectiva histórica, la Segunda Guerra Mundial parece muy clara o todo muy blanco o negro. Pero dentro de una guerra, dentro de la batalla, es técnicamente un caos y para las personas es un caos y una situación muy contradictoria. Cuando miramos atrás desde el punto de vista de la historia, podemos decir: la Segunda Guerra Mundial separó claramente a los buenos de los malos. Pero dentro de la batalla, esta cuestión nunca está tan clara. Para los soldados que luchan en la guerra, puede ser bastante confusa." 
Spielberg se reserva una referencia a El Imperio del Sol cuando los refuerzos norteamericanos irrumpen en Ramelle y un caza P-51 Mustang, el "cadillac del cielo", destruye un tanque Tiger ante el asombro de un moribundo Miller. Todo lo que han hecho para salvarle tiene un reflejo en Ryan quien intentará hacer honor a ese sacrificio y, ahondando en el sentimentalismo, tratará de llevar una vida honorable. Se trata de una conclusión emotiva pero está impreso en el carácter americano la dimensión del heroísmo y el sacrificio y debe comprenderse que eso se plasme en la película. No siempre podemos regocijarnos en el pesimismo irresoluble de Oliver Stone o el de Francis Ford Coppola en Apocalypse Now. Algunas veces debemos apelar a los mejores sentimientos para sentirnos bien con nosotros mismos y reivindicar que de la crudeza puede salir una emoción que active las conciencias desde un mensaje de enaltecimiento. Eso no debería ser objeto de escarnio.


John Williams quedó conmovido al ver el montaje final que elaboraron Spielberg y Michael Kahn. Estuvo de acuerdo en no incluir demasiada música dado el tono de la película. El realismo y la visceralidad de las escenas de combate no admitía música. Se dedicó a crear una partitura que realzara los momentos dramáticos y las escenas tranquilas. En la previa de la batalla en Ramelle, Williams perdió una oportunidad cuando Spielberg concibió la escena entorno al disco de Edith Piaf que Upham reproduce en un viejo gramófono. Las dos piezas de la diva francesa representan la calma antes de la tempestad porque los aullidos de los tanques alemanes irrumpen con fuerza y nos devuelven al fragor de la destrucción.

Williams hizo cambios en cuanto a su estilo habitual de composición. Normalmente, compone el tema principal primero y lo va fragmentando según convenga para reforzar el contenido. En esta ocasión decidió mostrar elementos de algo más maduro durante el metraje y esas pequeñas piezas se reconstruyan al final cuando, en los títulos de crédito, suena el Hymn to the Fallen, un auténtico réquiem a los caídos. Un tema elegante que aumenta su eco dramático con los coros y la fuerza de la orquesta. Williams grabó la banda sonora instrumental en el auditorio de Boston con la Boston Symphony Orchestra. Spielberg y Tom Hanks fueron testigos de excepción de esa grabación.

Salvar al Soldado Ryan se estrenó el 24 de julio de 1998 en Estados Unidos y llegó a Europa a partir del mes de septiembre. Fue un éxito de taquilla impresionante y, de alguna forma, inesperado por el fuerte contenido de violencia que incluía. Su recaudación mundial se elevó a 481 millones de dólares sobre un presupuesto de 70.


En la gala de los Oscar de 1999 obtuvo once nominaciones alzándose con cinco estatuillas. Steven Spielberg logró su segundo Oscar como director y también lo consiguieron Janusz Kaminski (fotografía), Michael Kahn (montaje), y el equipo de Gary Rydstrom por partida doble (sonido y efectos de sonido). Incomprensiblemente, Shakespeare in Love le arrebató el Oscar a mejor película y tampoco lo ganaron Tom Hanks, John Williams, Robert Rodat y Tom Sanders, entre otros.

Salvar al Soldado Ryan es un hito del género bélico y el mejor homenaje fílmico que se le puede hacer a aquellos que se enfrentaron al horror para colaborar en la caída de un régimen político y militar que atentaba contra los valores democráticos, la libertad y la justicia.



La banda sonora de Williams no estaba lista cuando el trailer se estrenó. La música utilizada es el tema principal de El Presidente y Miss Wade (The American president, 1995), de Marc Shaiman.


Precedido por:

Amistad (1997)

Continúa en:

A.I. Inteligencia Artificial (Artificial Intelligence: A.I., 2001)