12 de febrer del 2018

The Florida Project (2017)

 


CUANDO EL NIÑO ERA NIÑO


Ahora que ya hemos superado la resaca de los Goya y poco más hay que aportar, valdría la pena recuperar alguno de sus aciertos pasados. Más que todo, porque en el presente difícil será encontrar algo de reivindicación certera… 

Corría el año 2008 y la película Invisibles, producida por Javier Bardem, se llevaba el Goya a mejor largometraje documental. En consecuencia, los terribles conflictos que en dicho film se mostraban, se hacían visibles para gran parte del público. A través de la mirada de 5 conocidos directores (Coixet, Wenders, Aranoa, Barroso y Corcuera), se le ofrecía al espectador la oportunidad de redescubrir la cruda realidad mundial. Una serie de injustas verdades, extrañamente arrinconadas por parte de la opinión pública. Pero tan despiadadas en su existencia como dramáticas en su expresión. 

Han pasado más de diez años y el drama perdura en nuestras vidas. ¿Cómo acallar el doloroso testimonio de las mujeres congoleñas que, progresivamente, desaparecían frente a la cámara de Wenders? Cómo hacerlo, cuando la oscuridad de su infortunio sigue ímplicito en los vestidos negros del personal asistente a todas las últimas galas. Ya sea en los Globos de Oro, los Gaudí o los Goya. ¿Y qué habrá sido de los niños que dejaron de serlo contra su voluntad, secuestrados y entrenados para combatir en la guerra civil del norte de Uganda? Ni León de Aranoa lo sabrá. 

Por eso, a veces, lo importante no es solo mostrar, sino insistir y recordar. Y al margen de toda reivindicación que se hace desde la doble moral del glamour y la justicia, la parte realmente positiva de los certámenes es que retrasan el proceso de olvido. Una película premiada (o incluso nominada) es una obra que perdura con mayor intensidad en la memoria colectiva. O en el caso de las que aún tienen programado su estreno, la anticipación gratuita y efectiva con la que ninguna campaña publicitaria puede competir. 

He aquí el caso de The Florida Project (Sean Baker, 2017), una película recién llegada a nuestras salas y precedida por la buena fama de sus logros. No solo de aquellos que han tomado forma de estatuilla, sino por su capacidad para revelar, como en la ya mencionada Invisibles, realidades ignoradas por la sociedad. En este caso, la miseria coexistente en las afueras del Walt Disney World Resort en Orlando (Florida). Concretamente en uno de los moteles de carretera donde, si antes pernoctaban turistas, ahora malviven familias de manera indefinida. El tono violáceo de sus paredes y el gran letrero que proclama su nombre: The Magic Castle, no engaña a nadie. El Castillo de la Cenicienta se encuentra al otro lado del muro. 
Sin embargo, aún hay espacio para la magia en manos de Baker y su guionista Chris Bergoch. Con un sabio manejo del punto de vista, sitúan la historia a la altura de Moonee (Brooklynn Prince), una niña de 6 años que vaga por el motel y sus alrededores como si fuera el auténtico parque de atracciones. Porque no hay nada mejor que hacer. Es verano y ya no es necesario una excusa para faltar a clase. El dinero escasea, pero es fácil contentarse con un helado. Saciar la sed y montar un estropicio, en el suelo de la recepción o sobre las camisetas de color flúor. Siempre bajo el intenso sol de Florida. Toca darse prisa en sorber. Quizá mejor compartirlo entre tres. Pues hay otros niños en el motel… Y muchas madres solteras. La de Moonee (Bria Vinaite) forma parte de los dos grupos anteriores. Es inmadura y (mal)cría a su hija en libertad. Aunque cuenta con la protección casi paternal del encargado del lugar. Un magnífico Willem Dafoe (nominado en los Oscar a mejor actor de reparto) que se erige, frente a la cámara, como un pastor necesario entre un sinfín de actores naturales. 


De este modo, a medio camino entre el documental y la ficción, Baker ofrece un retrato fiel de esta nueva Gran Depresión, pero se aleja del tono moralista y sensiblero que cabría esperar ante semejante desdicha. Hay denuncia, también ironía. Por un lado, el título hace referencia al opulento proyecto de Mr. Disney en el año 1971, pero apunta, a su vez, la necesidad de un proyecto común, actual y social. Así sea a la sombra de los pasatiempos millonarios. Porque es cine y según el propio Baker “sigue siendo un medio de entretenimiento, el público quiere entrar en esa sala de cine para escapar durante dos horas”. ¿Y qué mejor escapatoria que una gran celebración? Para que no haya dudas al respecto, Baker abre el film al son de Celebration de Kool & the Gang y te invita a conectar con el niño que llevas dentro: “esos niños viven en la pobreza, pero se centran en la alegría, el corazón y el humor de ser un niño, y queríamos provocar lo mismo", explica. 

En definitiva, como diría Peter Handke (con la voz de Bruno Gantz) al inicio de El Cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1987): 

“Cuando el niño era niño andaba con los brazos colgando, quería que el arroyo fuera un río, que el río fuera un torrente y que este charco fuera el mar. Cuando el niño era niño no sabía que era niño, para él todo estaba animado y todas las almas eran una.”