13 de març del 2012

Eastwood nos ofrece retazos de una gran historia en J. Edgar


John Edgar Hoover (1895-1972) es uno de los personajes más relevantes e influyentes de la historia del siglo XX. Como pionero de la investigación criminológica gubernamental ocupa un puesto de máxima relevancia en la ampliación y mejora de la lucha contra el crimen organizado. Su personalidad carismática le permitió escalar posiciones en el Departamento de Justicia hasta llegar a ocupar la dirección de la nueva oficina de investigación que, creada en 1924, llegaría a convertirse en un referente mundial gracias, en buena parte, al liderazgo de Hoover. El Federal Bureau of Investigation fue ampliando sus capacidades y presupuestos en una lucha constante de Hoover por ampliar sus horizontes y sus competencias. Así pues, y desde la perspectiva de los hechos, es justo reconocer el inmenso trabajo que realizó.

Una figura histórica tan trascendental en la historia de los Estados Unidos ha llegado a tener, como es lógico, múltiples encarnaciones en la pantalla grande y en series de televisión. Pero, hasta ahora, nadie se había atrevido a trazar un biopic completo del personaje; una visión global de un hombre sobre el que siempre se han cernido múltiples sombras que, por otro lado, son propias en una personalidad compleja y relevante. Muy pocos directores podían atreverse a tan magno proyecto pero finalmente uno de los mejores decidió dar un paso adelante. Clint Eastwood decidió poner todo su entusiasmo e implicación en un gran proyecto biográfico contando con un guión de Dustin Lance Black (ganador del Oscar por el libreto de Milk).

Llevar a buen puerto un film que muestra los hechos más representativos en la biografía de un personaje tan complejo, supone un reto descomunal. Y la verdad es que Eastwood consigue salir airoso solo en momentos determinados porque esta película no acaba siendo, ni mucho menos, la obra maestra que algunos esperábamos.

De alguna manera, la película arrastra los problemas derivados de intentar cubrir un periodo de casi sesenta años dentro de un metraje estándar. Las omisiones son rotundas mientras que la focalización en determinados temas puede ser excesiva. El guión arranca con acierto dibujando con prestancia los rastros más significativos de la personalidad de un joven y ambicioso funcionario del Departamento de Justicia que, guiado por su patriotismo y devoción, pretende llegar a dirigir una organización que proteja al país de las amenazas internas que le sacuden. Como toda persona que se adelanta a su época, las dificultades en los inicios fueron muy relevantes para Hoover aunque acabó logrando su objetivo de crear una agencia gubernamental capacitada y con el presupuesto necesario para combatir el crimen en sus numerosos frentes.

Pero tras un brillante inicio que retrata al personaje y su entorno, la película empieza a centrarse en el terreno del gossip mientras pierde fuerza en la crónica de los hechos históricos. Mientras asistimos a los devaneos de Hoover con su ayudante Clyde Tolson, pierden fuerza tramas más interesantes. La consecuencia de todo ello es el desdibujamiento de grandes personajes que interactuaron con Hoover y que en el film son presentados como simples bustos parlantes, sin ningún tipo de profundidad en sus papeles. Ese es el caso de Charles Lindbergh, John Dillinger (que no llega a aparecer), Bobby Kennedy, e incluso Richard Nixon, cuya presencia al final del film es lastimosa además de presentarse con una caracterización ridícula.

Se ha hablado mucho de la homosexualidad de Hoover y hay numerosos datos que aseguran que esa era su condición pero podía haberse mostrado de igual manera sin por ello perder la perspectiva de lo que debería ser importante: su trabajo y el legado que, con aciertos y errores, fue capaz de crear para el FBI.

Además, el film manifiesta otro gran problema. A lo largo del metraje se enaltece bastante la figura del personaje y en el último cuarto de hora, cuando asistimos a los últimos años de su vida y a su consiguiente decrepitud, se incluyen una serie de elementos que destruyen gran parte del retrato que la propia película se ha encargado de mostrar. La integridad moral de Hoover se derrumba en unos últimos momentos que yo considero absolutamente demenciales e impropios de una película de gran alcance y difusión. Si se opta por una versión frívola del personaje hay que expresarla en todo momento. Cuando en Nixon (1995), Oliver Stone nos muestra a un Hoover depravado y encaprichado de su criado, estamos dispuestos a aceptarlo porque antes no ha tratado de convencernos de lo contrario. Optó por caracterizarle de esa forma y fue coherente en todo momento con la propuesta. Pero cuando primero presenciamos un retrato ciertamente ensalzador y después todo se destruye y cae como un castillo de naipes, la sensación para el espectador es muy diferente. Y me parece que al presentar un retrato tan desequilibrado, la credibilidad de la película como biopic cae irremisiblemente.

La película cuenta con buenas interpretaciones. Leonardo Di Caprio muestra, una vez más, su talento interpretativo. Judi Dench brilla como en ella es habitual y Naomi Watts está más que correcta en el papel de la fiel secretaria, Helen Gandy. Pero más allá de las deficiencias en el maquillaje (la caracterización del Tolson anciano es risible), la película falla en su estructura argumental y en su planteamiento global. Siendo admirador de Eastwood resultan sorprendentes sus lagunas en lo referente a la tensión narrativa y al enfoque general aunque, aún así, muchos directores querrían llegar a su nivel cuando entrega un film discreto como J. Edgar.

Esta película perderá trascendencia con el tiempo. El hecho de quedarse entre dos aguas perjudicará su consideración. Aquellos que defienden que la cinta tendría que haber sido más arriesgada y apostar totalmente por desvelar todas las sombras en la vida de Hoover quedarán enormemente insatisfechos. Y los que crean que el film debería haberse centrado en la obra de gobierno, incluyendo sus aciertos, fracasos y también las malas prácticas profesionales, tampoco encontrarán lo que buscan. Más vale satisfacer a un colectivo que decepcionar a todo tipo de público. Pero, desgraciadamante, esta película se caracteriza por la decepción, en todas sus posibles acepciones.