29 de maig del 2015

Star Wars. Episodio I: La Amenaza Fantasma (George Lucas, 1999)

George Lucas creó en 1977 una space opera que pronto se convirtió en un éxito fulminante de taquilla llegando a consolidarse como un título de referencia que dio un nuevo sentido al término blockbuster.

La enorme capacidad de acogida, movilización e influencia entre el público se vio reforzada con las secuelas que completaron una trilogía galáctica asombrosa. Sin embargo, estas historias formaban parte de un conjunto más amplio y se situaban concretamente entre la mitad y el final de una antología cuyo origen se situaría en tiempos de la Antigua República. Esta institución, cuyos recuerdos son ya muy lejanos en Star Wars: Una Nueva Esperanza (1977), debía tener su lugar en la saga pero cuando 20th Century Fox aceptó distribuir el proyecto, con unos plazos muy concretos, Lucas tuvo que decantarse por el material que tenía más desarrollado y éste empezaba con un joven granjero de humedad, llamado Luke Skywalker, descubriendo que su destino le deparaba un papel trascendental en los acontecimientos que estaban a punto de desatarse.

La admisión, por parte de Lucas, de la estructura que él mismo había concebido fue evidente desde el principio al colocar el epígrafe Episodio IV en la introducción de la película pionera. Sin embargo, el cineasta californiano siempre se frustraba al convertir sus ideas en imágenes. Todo aquello que imaginaba, tanto escenarios como naves y criaturas alienígenas, nunca podía ser trasladado a la gran pantalla por las limitaciones tecnológicas de la época. Las matte paintings, los títeres, y el maquillaje prostético no alcanzaban la envergadura técnica que él deseaba.

Por todo ello, los argumentos para los tres primeros capítulos de la saga fueron abandonados tras completar El Retorno del Jedi (1983). Con el tiempo, la tecnología digital empezó a desembarcar en Hollywood. La evolución de la informática estaba permitiendo que se rompieran barreras en cuanto a la creación de personajes y escenarios virtuales. Industrial Light & Magic, la compañía de efectos especiales creada por Lucas, empezó a trabajar en este sentido pero las primeras muestras no impresionaron demasiado al creador de Star Wars. Sin embargo, hubo un punto de inflexión y éste fue Jurassic Park (1993). Cuando George Lucas vio a aquellos dinosaurios tan impresionantemente recreados, se convenció por fin de que la tecnología digital ya podía responder a su visión. Poco tiempo después, puso en marcha la pre-producción de las llamadas precuelas.

En 1997 empezó a rodar el título que abría cronológicamente la saga: La Amenaza Fantasma. El film se estrenó el 19 de mayo de 1999 en medio de una expectación colosal. Varias generaciones de espectadores esperaban ansiosos una nueva entrega de una saga que creían finalizada.

“La República Galáctica está sumida en el caos. Los impuestos de las rutas comerciales a los sistemas estelares exteriores están en disputa. Esperando resolver el asunto con un bloqueo de poderosas naves de guerra, la codiciosa Federación de Comercio ha detenido todos los envíos al pequeño planeta de Naboo. Mientras el Congreso de la República debate interminablemente esta alarmante cadena de acontecimientos, el Canciller Supremo ha enviado en secreto a dos Caballeros Jedi, guardianes de la paz y la justicia en la galaxia, para resolver el conflicto…”.

Pero hasta ahí llegó la ilusión. El Episodio I supuso un autentico jarro de agua fría en múltiples aspectos. En primer lugar, George Lucas creó un guión excesivamente cargado de infantilismo. El tono era demasiado ligero, funcionaba como espectáculo para niños pero alejaba a los que habían crecido con la primera trilogía y habían disfrutado de un equilibrio entre entretetenimiento de masas y desarrollo de personajes. En este caso, nos encontramos ante un autentico desperdicio de casting puesto que Ewan McGregor, Natalie Portman y Samuel L. Jackson tuvieron personajes cuyo esquematismo rozó lo risible. Solo Liam Neeson dispuso de algo más de sustancia en el papel del Maestro Jedi Qui-Gon Jinn pero la inclusión de las células midiclorianas en la explicación de lo que representa la Fuerza, lastró a su personaje. Ian McDiarmid retomó su papel como el ahora Senador Palpatine y rayó a gran altura pero no fue suficiente para compensar las andanzas de un Anakin Skywalker, interpretado por un niño de ocho años llamado Jake Lloyd, cuya falta de interés y poco talento provocó un alto grado de desconexión entre la mayor parte del público.

La nueva puesta en escena, repleta de grandes escenarios y personaje virtuales por doquier, fue capaz de mostrar en pantalla imágenes de gran impacto. Pero el equilibrio entre argumento y espectáculo visual resultó renqueante. Y mientras personajes ridículos como Jar Jar Binks se apoderaban de minutos y minutos de metraje, la película se iba debilitando. Faltaba la rugosidad y la fiereza de esa puesta en escena, más natural, presente en la trilogía original. George Lucas se defendió diciendo que quería mostrar una sociedad más evolucionada al no haber recibido aún el impacto de la guerra. Pero eso no cuela. En cuanto a la potencia de los combates con espada láser, es cierto que tanto Vader como el anciano Kenobi no podían hacer grandes aspavientos luchando pero también hay que admitir que en los 70 no habían especialistas de combate como Nick Gillard o Ray Park, que interpreta a Darth Maul.

La ausencia de personajes carismáticos y la reducción del rodaje en exteriores tampoco ayudaron a que La Amenaza Fantasma se haya mantenido bien con el tiempo. Viéndola de nuevo, queda patente su nivel anecdótico dentro de la saga. El excesivo infantilismo gustó a los más pequeños pero el público más adulto resultó dañado por la experiencia y el escepticismo empezó a crecer con vistas al estreno de las precuelas restantes. Esa gran ilusión, desatada tras dieciséis años de espera, se diluyó como un azucarillo en una taza de café.

La Amenaza Fantasma se sitúa treinta y dos años antes de la batalla de Yavin. Muchos creíamos que esta saga debía empezar con un Anakin más adulto y cercano a su viaje al lado oscuro. Las Guerras Clon, por consiguiente, no debían haber sido una trama de arranque y conclusión entre películas sino un elemento protagonista en las precuelas. Esta historia pueril, plagada de misticismo y midiclorianos, no era un buen inicio teniendo en cuenta el material con el que se podía trabajar.

Hubo pocos elementos positivos en la película más allá de la partitura musical de John Williams. Uno de ellos fue la maniobra maestra del senador Palpatine para iniciar un doble juego que acaba colocándole como Canciller Supremo de la República. El otro input positivo fue la aparición de un aprendiz Sith cuya destreza era imparable: Darth Maul. A pesar de tener una presencia reducida en pantalla y de estar algo desaprovechado, no cabe duda que la idea de crear a alguien así revela que a George Lucas aún le quedaba algún cartucho de los buenos.

El éxito comercial de la película y de las precuelas en general se debió más a la fe inquebrantable del público mayoritario que a la aprobación general del mismo sobre lo que estaban viendo. Si estas películas se hubieran estrenado sin pertenecer a la saga Star Wars, probablemente estaríamos hablando de proyectos fallidos de ciencia-ficción al estilo John Carter. Pero la marca Star Wars es muy potente. Afortunadamente, el paraguas de la franquicia permitió que, al final, con un Episodio III altamente convincente en muchos de sus aspectos, pudiéramos aceptar estas aportaciones con más magnanimidad.