2 d’octubre del 2011

Los rostros de Bond (I): Sean Connery


Cuando Albert Broccoli y Harry Saltzman planeaban la producción del primer film de Bond que habían decidido realizar, Dr. No (1962), pensaban en ofrecerle el papel de 007 a Cary Grant. Pero dos dificultades se presentaban en el camino. En primer lugar, el alto salario que exigiría una superestrella de Hollywood (Dr. No disponía de un presupuesto muy ajustado para una producción de este tipo); y no menos importante era el hecho de que Grant nunca se habría comprometido para más de una película. Estas razones fueron suficientemente evidentes para que los productores abandonaran esa idea imposible.

Con la llegada de Terence Young al puesto de director, surgió el nombre de Richard Johnson. Pero éste no podía aceptar porque tenía un contrato exclusivo con MGM. Entonces la atención se dirigió hacia el norteamericano Patrick McGoohan, que había destacado interpretando a un espía en la serie de televisión Danger Man. Tras rechazar la oferta, se consideró también al emblemático David Niven, aunque siempre fue más una fantasía que una realidad factible.

Tras fracasar todas estas opciones, se decidió buscar entre intérpretes menos conocidos y empezaron a realizarse sesiones de casting. A una de ellas acudió un rudo actor escocés, de 30 años, llamado Sean Connery. Era demasiado brusco y desaliñado para dar vida a Bond pero en la prueba demostró que tenía un carácter y una forma de expresión que le daba muchos puntos en la valoración final. Su actitud contundente y viril convenció a los productores. Cuando el screen test acabó, Broccoli y Saltzman miraron por la ventana mientras Connery se dirigía hacia su coche y ambos estuvieron de acuerdo en que era el hombre indicado.

Con el apoyo del gran jefe, Connery se hizo con el papel y firmó un contrato para intervenir en cinco películas. En cuanto al tema del refinamiento, el escocés recibió un curso intensivo de buenos modales por parte de Terence Young. Además, le sumergió en la noche londinense llevándolo a buenos restaurantes, casinos, y locales lujosos. Le mostró el tipo de vida que haría Bond si existiera y culminó su immersión con visitas a los mejores sastres de Savile Road.

Ian Fleming fue inicialmente contrario a la elección de Connery. Sus palabras fueron: "no es un hombre que coincida con la imagen que yo he descrito en los libros". Y añadió que en él no veía al Comandante Bond sino a un "rudo y robusto especialista para escenas de acción". Pero su impresión cambió totalmente después de ver Dr. No. Quedó tan impactado por la credibilidad de Connery en el papel, que hasta llegó a modificar la biografía del personaje, en las últimas novelas, adjudicándole unos ancestros medio escoceses.

Connery había llegado al mundo de la interpretación tras ser un trotamundos laboral. Sus modales rudos habían sido forjados por su experiencia como mozo de limpieza en discotecas, obrero en una fundición, repartidor de carbón, camionero, y maquinista de teatro, entre otras cosas. También trabajó como modelo para clases de dibujo y fue haciendo esta actividad cuando le recomendaron que se presentara a las pruebas de selección para el musical South Pacific, en el West End londinense. Consiguió entrar en ese mundo y de allí pasó a participar en telefilms para la BBC, que le catapultaron hacia pequeños papeles en películas de serie B. En ocasiones, también pudo formar parte de proyectos algo más elevados y así fue como en uno de ellos coincidió con Lana Turner. En ese set de rodaje se produjo un altercado con el entonces novio de la estrella de Hollywood: Johnny Stompanato.

Así pues, la posibilidad de conseguir el papel de Bond colmaba sus aspiraciones para poder hacerse con un nombre en la industria que después le permitiera emprender una carrera fructífera en la gran pantalla. Aceptó firmar un contrato para intervenir en cinco films como agente 007. A Dr. No (1962), le siguió Desde Rusia con Amor (1963), Goldfinger (1964), Operación trueno (1965), y Sólo se Vive Dos Veces (1967). Tras este último film anunció que dejaba el personaje pero cuando su sustituto, George Lazenby, decidió no prolongar su relación contractual con la franquicia, "Cubby" Broccoli volvió a llamarle para que interviniera en un film más. Los posibles sustitutos no convencían o no estaban dispuestos y la producción de Diamantes para la Eternidad (1971) no podía demorarse. Connery acabó aceptando porque le pagaron la astronómica cifra de 1,2 millones de libras (actualmente equivaldría a 16 millones de dólares).


Con Diamantes para la Eternidad, Connery puso fin a una etapa clave en su carrera artística (recordemos que Nunca Digas Nunca Jamás no es una película oficial de la saga). Ya en los 60 había combinado las películas de Bond con una carrera paralela propia en la que había trabajado con Alfred Hitchcock, Sidney Lumet, e Irvin Kershner. Lo que vino después es de sobras conocido y no cabe duda de que, hasta su retirada en 2003, Sean Connery se convirtió en una gran estrella del celuloide y en un valor seguro para cualquier proyecto.

El Bond que Connery compuso es el que siempre se ha considerado como el mejor según los cánones de las novelas creadas por Ian Fleming. Su dureza natural fue el mejor reflejo posible para reflejar las bases de un personaje que cumple con su trabajo sin piedad alguna. Sentó las bases del Bond cinematográfico que ha ido perdurando pero destacó especialmente en la contundencia; algo que se ha echado en falta con actores posteriores.

Con su interpretación estableció el patrón del nuevo héroe de acción que revolucionó al cine de los 60. Al mismo tiempo, se movió como pez en el agua derrochando encanto con las mujeres pero a la vez tratándolas con un asombroso desdén. Algo que en los tiempos actuales sería considerado como "machismo recalcitrante". Pero así estaba definido en las páginas de Fleming y así debía hacerse.

El Bond de Connery respondió perfectamente a la definición de "cold, bloody, son of a bitch killer", patentada por el propio Ian Fleming. Sus encarnaciones pasan por ser las mejores de toda la saga pero yo quiero reseñar un aspecto importante. Tengo una gran admiración por el trabajo que está desempeñando Daniel Craig en los últimos años y pienso que con él se han recuperado esos trazos de dureza y contundencia que le hacían tanta falta al personaje. Y creo que es por ello que sus películas han conseguido un éxito tan rutilante. El público quería y añoraba esa brutalidad y por fin hemos podido recuperarla, adaptándola a los usos y costumbres del siglo XXI.