10 d’octubre del 2023

Sitges 2023: Black Flies

NO SOLO MOSCAS

Un artículo de Adriano Calero



Volvemos a Sitges. A su Festival de cine y a la magia de sus películas. A sus salas de proyección con pretensiones refrigerantes, entre multitudes sanguinarias, asimismo educadas en otros apetitos fantásticos. Volvemos. Al diálogo entre las composiciones fílmicas y las palabras críticas, igualmente encuadradas por pantallas de cine o portátiles. Volvemos al mismo amor y a la misma rutina. Al Sitges que nosotros conocemos: la villa que durante unos días deviene ciudad. Allí donde impera un cielo claro y un sol imponente, fiel a un verano que, como los protagonistas del género, se resiste a morir.

Pero Sitges es mucho más y durante el certamen puro abigarramiento. Paraíso de nórdicos jubilados, constantemente en conflicto con el oscuro atuendo de unos feligreses que no pierden la confianza otoñal ni su amor por las sombras. Visitantes de negro. Creadores, artistas, académicos, periodistas y lugareños. E insectos. Hogar de veraneantes atemporales y de una superpoblación de moscas dopadas en altas temperaturas. Sitges tampoco se salva. Pero se acerca a la redención en su intento de hacer con estos bichos alados algo más que una anécdota molesta. Empezando por el título y culminando con unos personajes secundarios. O incluso protagonistas.

Pues es ésta una edición, la 56ª, en la que coinciden películas como la producción española Moscas, la esperada nueva aportación del director donostiarra Aritz Moreno (Ventajas de viajar en un tren, 2019), con las Black Flies del director francés Jean-Stéphane Sauvaire (A Prayer Before Dawn, 2017). Si bien la primera obra alude a dichos insectos de un modo comúnmente despectivo, abreviando el título de la adaptación literaria de la que parte (Que de lejos parecen moscas de Kike Ferrari), la película de Sauvaire utiliza a estos simúlidos ávidos de cuerpos en descomposición como metáfora de una loable profesión que se aproxima, noche tras noche, a la muerte: los paramédicos. Concretamente, aquellos que trabajan en la jungla de asfalto de la ciudad de Nueva York, donde vive el director galo desde hace catorce años.



CUANDO SUENAN LAS CAMPANAS

Así es como recupera Black Flies a estos insectos de mala reputación, como los agentes potencialmente médicos que realmente son: entre otras aportaciones, las moscas permiten estimar el tiempo transcurrido desde su llegada a un cadáver y su hallazgo oficial. Ellas son las primeras que llegan. Luego los protagonistas de la metáfora.

Por eso, en Black Flies, las ambulancias zumban en el infierno nocturno de Brooklyn, mientras que las moscas vuelan impelidas por las buenas intenciones. Y a pesar de las necesidades del paciente, casi nunca están bienvenidas. Son moscas negras vestidas de uniforme que huelen la cercanía de la muerte y de la enfermedad. Moscas como Ollie Cross (Tye Sheridan), un joven paramédico que va para médico y que, mientras no aprueba el examen de ingreso en la Facultad de Medicina, entrena en el caos mortal de las calles de Brooklyn.

Pero Cross, aunque está muy solo, tiene algo de compañía: una amante sin nombre que le permite parar para amar de una manera más agradecida (Raquel Nave), un compañero molesto que tiene mucho de mosca cojonera (Michael Pitt), un jefe que ordena mucho y escucha poco (Mike Tyson) y un maestro en el trabajo, Rutkovsky, quien sabe todo aquello que Cross no podrá leer jamás en los libros de medicina (Sean Penn). Cross aporta juventud y valor, y Rutkovsky, experiencia y decepción. Comparten ambulancia, pero viven en tiempos distintos. Como si el joven fuera lo que Rutkovsky un día fue y, por añadidura, Cross pudiera acabar como él.

Y así, a medio camino entre Al límite (Bringing Out the Dead, 1999) y Training Day (2001), Sauvaire nos acerca a la vertiginosa realidad de los paramédicos y a su ritmo frenético de vida (y de muerte), a la vez que nos muestra un sistema sanitario estadounidense totalmente fallido que, según palabras del director: “se impone como otra forma de violencia social”. Pero Sauvaire nos ofrece, o más bien nos impone (la violencia también es suya), otras reflexiones de índole moral.

“Cuando las puertas de la ambulancia se cierran ya no somos peones, somos dioses…” dice el paramédico interpretado por Michael Pitt (quien vuelve a la gran pantalla tras haber sido uno de esos pacientes en la realidad). “Somos nosotros quienes decidimos quién vive y quién muere”. Y con dicha conclusión, concluye también la ilusión de un pueblo redentor. La religión aparece y no solo en forma de palabras. La cruz de Cross son las alas que dibujan su chaqueta (cuando va de paisano) y el arcángel que cuelga en su habitación. El peso de una bondad que le precede y de una fe que cada día tiene menos razón de ser.



LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD

Black Flies también parte de una adaptación literaria, la novela homónima de Shannon Burke, basada en su experiencia como paramédico. Pero en el intento de hacer suya la experiencia, el mismo Sauvaire, además de recurrir personalmente al escritor (quien también colabora en la elaboración del guión), pasó más de un año en el campo de batalla aprendiendo de los auténticos protagonistas de esta historia. Viviendo de cerca los dramas médicos a los que se enfrentan los sanitarios, autoimponiéndose la urgencia de la vida y la tozudez de la muerte, desde el asiento trasero de una ambulancia en plena acción. Recorriendo y reconociendo las calles de una ciudad otrora descubierta, según el propio Sauvaire, gracias a maestros del cine como Scorsese, Ferrara, Friedkin, Schlesinger, Lumet o Cassavetes. Buscando la verdad y su propio retrato como director.

Sauvaire también busca la autenticidad de las historias y por eso las llamadas de emergencia que aparecen en la película están basadas en hechos reales. Además, gran parte del elenco lo forman actores no profesionales del lugar, que han vivido en primera persona los dramas de Black Flies. Principalmente, el drama de ser pobre en un país con una saturada sanidad privada. Aunque no es del todo distinto para los intérpretes más experimentados que asimismo comparten ciertas conexiones con la realidad mostrada. Sauvaire ha intentado que la película rezume veracidad desde su planteamiento creativo y en cierto modo lo ha conseguido. Penn ayudó al departamento de bomberos de Los Ángeles en la vacunaciones durante la pandemia, Pitt es hijo adoptivo de Brooklyn y Tyson creció en las calles que aparecen en la película. Pero la verdad no siempre es creíble y, aunque Tyson sea de Brooklyn, Tyson sigue siendo un boxeador famoso a nuestros ojos.

Con todo, se agradece la intención y la coherencia de un discurso formal en equilibrio con la tragedia. La película se hace grande cuando se acerca al documental (casi bélico) en un montaje de planos largos y pocas fisuras que no permite descanso alguno. El sonido ayuda. Con un diseño de sonido magistral, avalado por la firma de Nicolas Becker (Punk, Sound of Metal, Earwig), Black Files se desdobla para ofrecer el mismo pulso violento de la ciudad. El desequilibrio de la cámara en mano y la cercanía con los personajes que ésta le permite, nos sitúa en medio del conflicto, obligándonos a sentir el drama de unos individuos salpicados de sangre, sudor y lágrimas. La escala reduce los cuerpos y rostros a una realidad matérica, a simple carne y fluido, mientras las miradas intentan rescatar lo que queda del alma. Y la fotografía, de nuevo en manos de David Ungaro (tras su colaboración con Sauvaire en A Prayer Before Dawn), apuesta por un cromatismo de contrastes lumínicos, entre la frialdad azul de la nocturnidad y la abrasión del rojo más expansivo, como medio para elaborar su propio infierno urbano. Tan dicotómico como el propio audiovisual. Tan lleno de violencia y de esperanza como la ficción y la realidad.