20 d’octubre del 2022

Sitges 2022: Sisu, de Jalmari Helander



CUANDO EL HORROR NO ES SOLO UN GÉNERO
Un artículo de Adriano Calero

Quien haya tenido la oportunidad de ver el film finlandés Sisu (Jalmari Helander, 2022) habrá entendido desde un buen inicio, que se trata de una película sin pretensiones, una auténtica reconstrucción de la violencia festiva. Una obra divertidamente salvaje, sin complejos, que no pretende trascendencia alguna, sino exclusivamente entretener. Y lo consigue, eso está personalmente probado. Otra cosa muy diferente es que dicho entretenimiento sea suficiente para la expectativa que todo cinéfilo tiene de un palmarés como el que cerró el reciente Sitges Film Festival. Se supone que hay una responsabilidad moral en todo certamen y el divertimento, aunque no esté necesariamente reñido con la calidad, suele ser antes requisito del público que del jurado.

Pues bien, este año en Sitges los turnos han cambiado. Mientras el jurado premia la acción sangrienta y la superficialidad de Sisu (Mejor película Sitges 2022), la audiencia agradece discursos del fantástico, más complejos y arriesgados, como el que Paul Urkijo ofrece en Irati (Premio del Público Sitges 2022). Una fascinante aproximación al medievo vasco (rodada íntegramente en euskera) donde confluyen lo terrenal y lo mágico, el paganismo y la cristiandad, como representación fílmica del mito de la Selva de Irati. Fascinante, poética, diferente. Tanto que merece un capítulo aparte y algún premio más (Mejores efectos especiales Sitges 2022).


Por el contrario, Sisu, a medio camino entre el cine bélico y el spaghetti western, recupera ese placer tan paradójicamente humano que se nutre del espectáculo de la violencia. Pues poco ha cambiado desde el sádico gusto de los romanos frente a sangrientos combates entre gladiadores. Ahora tan solo hay que sustituir a los esclavos por nazis y dilema moral solucionado. No hay problema cuando es violencia en autodefensa, aún menos cuando se trata de una respuesta a la maldad ajena. Y eso es lo que hace Helander, cargase a una infinidad de nazis con la excusa de un ataque injustificado. La matanza (tan progresiva como la intensidad de la película) la lleva a cabo Aatami Korpi, el protagonista de Sisu. Un veterano de guerra que sobrevive como buscador de oro en la Laponia finlandesa con la única compañía de un caballo y un perro. Tras un gran hallazgo que le obliga a volver a la urbe, se cruza con un batallón nazi en su huída. Es el año 1944 y el final de la guerra es inminente, pero ya se imaginan que la de Korpi no ha hecho más que empezar.


NO ES FILM PARA PREMIOS

Helander nos ofrece una película cuya máxima ambición es representar la expresión finesa “sisu”, que es asimismo título y decálogo para la determinación de su protagonista. Aparentemente, “sisu” es un término intraducible, por eso Helander (según sus propias declaraciones) se ha visto obligado a crear una película a modo de explicación. Pero, francamente, traducible o no, semejante tenacidad y extravagancia para soportar lo imposible y perseverar hasta el final, ya la habíamos visto encarnada por Boris "El Navaja” (Rade Šerbedžija) en Snatch (Guy Ritchie, 2000). Allí se llamaba, simplemente, inmortalidad. Queda claro que Korpi también conoce ese término y que el finlandés Jorma Tommila (Premio a mejor actor en Sitges 2022) lo encarna con valor. Taciturno y experimentado, Korpi (más bien, Tommila) dialoga con el cuerpo y la mirada como otrora lo hiciera el Hombre sin Nombre, aunque sustituya el revolver por un pico y el cigarro por una barba más poblada. Eso sí, hieráticos por igual, la elegancia de Eastwood escasea en Tommila, quien ofrece una fisicidad mayor (contusiones, cortes y desgarros incluidos). Todo un tour de force que justifica el reconocimiento del jurado, a pesar de ciertas limitaciones en la actuación.

Pero los premios para Sisu no acaban aquí. Al de mejor película e interpretación masculina, hay que añadir los premios a mejor fotografía (Kjell Lagerroos) y a mejor banda sonora original (Juri Seppä y Tuomas Wäinölä). Un total de cuatro galardones que han despertado más revuelo que aplausos. Nadie duda de la capacidad visual de la película que, gracias a su amplio formato panorámico, la localización elegida y la majestuosidad de sus imágenes, fácilmente obnubilan la mirada de cualquier espectador. Pero no hay coherencia entre la ausencia de vida del desierto donde ocurre la acción y la vehemencia plástica con la que ésta es mostrada. Las texturas del trabajo lumínico impresionan, pero están más cerca de la factura publicitaria de nuestro tiempo que de un discurso cinematográficamente subliminal. Hay belleza, pero no hay contenido. La música peca de lo mismo. Envolvente y dosificada con adecuación, capta la esencia épica, pero no añade nada nuevo. Solo discursa a favor de un mensaje ya de por sí demasiado plano. Puede que haya ciertos paralelismos con el eurowestern, pero Ennio Morricone no es uno de ellos.



LA HISTORIA SE REPITE, LAS GUERRAS TAMBIÉN

Paradójicamente, es la segunda vez que Helander sale victorioso de Sitges y también por goleada. En la edición del año 2010, el director finlandés presentó la película Rare Exports: Un cuento gamberro de Navidad, y la respuesta del jurado fue similar. Mejor película, director y fotografía. Ahora Sisu añade un cuarto, mientras director y actor se intercambian el suyo (Tommila también protagonizaba Rare Exports). Pero aún perdiendo en la dirección, Helander es el primer director en ganar el máximo galardón de Sitges en dos ocasiones. Y he aquí su auténtico problema. Las expectativas son tan traicioneras en la previa como exigentes son los análisis de la supuesta excelencia.

En definitiva, Sisu funciona mejor a modo de cómic audiovisual, como locura de medianoche (precisamente se presentó en el TIFF en la sección Midnight Madness) o como desquite de todas las injusticias soportadas por el espectador en su rutina vital. O incluso como advertencia subliminal si finalmente Finlandia entra en la OTAN. Pero si esa ha sido en algún momento la intención de Helander, tal vez debiera actualizar su mensaje y sustituir a los nazis por los actuales atacantes. No hay nada más estéril que recuperar el nazismo en el siglo XXI, mientras tienes a Putin utilizando el mismo término para justificar su terrible agresión. Por eso se agradece la honradez del actor que da vida al general de las SS en el film, Aksel Hennie, cuando dijo abiertamente en el TIFF que Sisu “tiene todo lo que una película con palomitas debería tener”. Y poco más.


Quedan advertidos, quizá en la próxima edición resuene un crujiente masticar junto a los vítores injustificados. Pero, sea como sea, allí estaremos. Sorteando la misofonía, el buen cine y las malas decisiones.