27 de febrer del 2019

El Rey del Juego (The Cincinnati Kid, 1965)


Los juegos de azar y los casinos han sido un pilar en la industria del cine casi desde que el medio en sí ha existido. El drama y la tensión que se producen naturalmente en un entorno de juego se traducen bien en la pantalla grande y los cineastas han utilizado estos temas para contar sus historias. 

Los casinos atraen a todos: jugadores y espectadores por igual, y mucho más en la actualidad donde los casinos han evolucionado y se han desplazado al ciberespacio ofreciendo todo tipo de juegos de casino en línea, que han ganado mucha popularidad últimamente.

Es posible que no tengas el dinero para apostar en Las Vegas, pero no te preocupes, aún puedes tener algunas de las mejores acciones en la pantalla de tu TV con innumerables films de casino disponibles, y en este caso con Cincinnati Kid. 

Eric Stoner es un joven jugador de póker cuya extraordinaria habilidad y pericia en la mesa le está invistiendo de un nombre entre los círculos de apostadores de la ciudad de Nueva Orleans. Estamos a principios de los años 30 y la dureza de la Gran Depresión golpea cada día a gran parte de la sociedad. Una de las aristas de esta profunda hendidura económica es la desesperación y ésta a veces conduce hacia lugares insospechados y potencialmente peligrosos. En un contexto como éste, la posibilidad de perder engrandece la pérdida y sublima la sensación de fracaso. Sin embargo, Stoner parece decidido a hacer valer su talento ante uno de los mejores jugadores de la ciudad, Lancey Howard. El resultado de la partida puede catapultar o sepultar a cualquiera, aunque eso no supondrá un impedimento para Stoner

Con The Cincinnati Kid, el carisma y prestigio de Steve McQueen sumó una nueva vertiente pues supo demostrar que también podía defender en pantalla a personajes ambivalentes y con un cierto grado de oscuridad. Los nuevos matices en su interpretación dotaron al film de sus mejores momentos, en colaboración con las siempre magistrales presencias de Edward G. Robinson, Karl Malden y Joan Blondell.

Quizá la aportación más interesante que realizó el director Norman Jewison y los guionistas Ring Lardner Jr. y Terry Southern fue la de explorar las dinámicas que se conforman entre los personajes ante un contexto áspero y desapacible, donde la noción de derrota fluctúa incesantemente. Hasta ese momento, Jewison había trabajado básicamente en comedias, pero fue capaz de dar un golpe de timón súbito manejando con acierto una ruda trama de traiciones, infidelidades y desafecciones que, en última instancia, conducen al vacío exasperante. Otros realizadores profundizaron más en esta narración desacomplejadamente mortecina y llegarían a cotas aún más reseñables a lo largo de los años 70.

Jewison consigue colocar un espejo ante cada uno de los personajes principales y el reflejo que ellos mismos visualizan redunda en la aparición de una tensión emocional que se nota en cada plano, en cada centímetro de celuloide. La clave es si existe redención para aquellos que rodean este circo de tres pistas montado alrededor de la mesa de juego: jugadores, entorno, e intereses comunes o contrarios. En este caso, comprobamos que, sin querer aleccionar en ningún momento, la película desliza alternativas viables para la mayor parte de personajes, sin que por ello haya que renunciar necesariamente a lo obtenido hasta el preciso momento en que los acontecimientos se precipitan.

Son notas en el devenir de una trayectoria vital que terminan formando parte de la naturaleza del ser humano contemporáneo.