14 de juny del 2016

11/22/63. Por Mike Sanz



Jake Epping, un joven profesor de lengua y literatura en un instituto de Maine, ve cómo su vida se hunde en la rutina y la monotonía. Su esposa le pide el divorcio y sus alumnos pasan de las clases. Es entonces cuando su mejor amigo, Al, el dueño de una cafetería, le muestra un agujero temporal que le traslada hacia 1960 y le pide un favor, que salve al presidente Kennedy en 1963 para cambiar el rumbo de la historia. Jake ve una oportunidad de mejorar su vida, por lo que decide dar el salto.

Hulu, la plataforma de vídeo en línea, sigue los pasos de sus competidoras, Amazon y Netflix, y se atreve con las series de producción propia. Tras el éxito moderado de Deadbeat, a principios de 2016 ha estrenado 11/22/63, la adaptación de la novela homónima de Stephen King que fantasea con la posibilidad de volver al pasado para impedir el asesinato de JFK y cambiar la historia de la segunda mitad del siglo XX. De este modo, entra en el terreno de la ficción especulativa y las distopías, caso de The Man in the High Castle (2015) y la novela de Philip K. Dick en que se basa, si bien se centra en la construcción y en el desarrollo de los personajes más que en los elementos de ciencia ficción, como es habitual en los trabajos más recientes de King (Joyland).

La miniserie cuenta con un equipo de lujo. Viene avalada por JJ Abrams y sus colegas de Bad Robot, lo que implica una factura técnica cuidada, y la encargada de adaptar la novela es Bridget Carpenter, guionista de sobrada experiencia que figura en los créditos de Friday Night Lights. El director escocés Kevin MacDonald (State of Play, 2009) dirige varios de los episodios, mientras que su compositor habitual, Alex Heffes, se encarga de una banda sonora inspirada en el trabajo de Thomas Newman. Al frente del reparto encontramos a un inspirado James Franco en uno de sus papeles más contenidos y humanos, posiblemente lo mejor que ha hecho desde 127 horas (127 Hours, 2010). El peso dramático de 11/22/63 cae sobre este protagonista absoluto, si bien le acompañan secundarios como Sarah Gadon (una habitual de las películas más recientes de Cronenberg y su hijo, caso de Cosmópolis y Antiviral) y Chris Cooper, uno de los mejores actores de reparto con los que se puede contar.

11/22/63 comienza con fuerza, despliega todas las cartas sobre el tablero y lanza al protagonista a los años sesenta, en un despliegue de recreación histórica sorprendente por su atención al detalle. A medida que transcurren los ocho episodios y se sucede el desfile de personajes reales, las teorías acerca del magnicidio quedan relegadas a un segundo plano, por lo que la serie pierda fuerza en el tramo medio, más centrado en la vida de Jake en el pasado. Por suerte, el final retoma el espíritu de los primeros capítulos y deja a los espectadores con la boca abierta. 


A pesar de las alusiones a sucesos históricos, se incluyen ciertos elementos que vinculan a 11/22/63 con otras ficciones de King ambientadas en épocas pasadas. Es el caso de Corazones en Atlántida (Hearts in Atlantis, 2001), La Milla Verde (The Green Mile, 1999) y Cuenta Conmigo (Stand by Me, 1986). Las cuatro reflexionan acerca del cliché de que «todo tiempo pasado fue mejor», nos presentan a un protagonista que lucha contra las injusticias del mundo adulto en la América rural y comparten un aura de cuento, es decir, añaden ciertos elementos fantásticos que, lejos de chocar con el realismo de la trama, lo realzan y refuerzan la trascendencia de las aventuras que viven los personajes. Este componente sobrenatural queda ejemplificado con las figuras de Ted Brautigan, el psíquico al que persigue el gobierno; John Coffey y su bondad infinita («como el café, pero se escribe diferente»); el cadáver de un niño llamado Ray Brower que despierta la curiosidad de cuatro jóvenes amigos, y en el propio Jake Epping, un viajero temporal que se busca a sí mismo.

La aportación de 11/22/63 reside en cómo subraya que no se puede cambiar el pasado (en la serie, el pasado es un personaje más que actúa de antagonista de Jake) o, más bien, en cómo no conviene obsesionarse con él e intentar alterarlo. Esta sensación de impotencia marca al protagonista y a otros viajeros temporales con los que se topa en su camino hasta llegar a un tercer acto sobresaliente por su contundencia y juego dramático. En resumen, no puedo más que recomendar esta adaptación de la novela de Stephen King. La espera (o el viaje) merecerá la pena.