30 de maig del 2015

Star Wars. Episodio II: El Ataque de los Clones (George Lucas, 2002)

“Hay inquietud en el Senado Galáctico. Varios miles de sistemas solares han declarado su intención de abandonar la República. Este movimiento separatista, liderado por el misterioso Conde Dooku, ha provocado que al limitado número de Caballeros Jedi les resulte difícil mantener la paz y el orden en la galaxia. La senadora Amidala, la antigua reina de Naboo, regresa al Senado Galáctico para dar su voto en la crítica cuestión de crear un Ejército de la República que ayude a los desbordados Jedi…”.

Diez años después de los acontecimientos narrados en La Amenaza Fantasma, presenciamos el inicio de una rebelión contra la Antigua República. Anakin es ahora un joven de diecinueve años que ha acumulado un buen número de misiones junto a su maestro, Obi-Wan Kenobi. Sin embargo, Anakin nunca ha podido romper con sus lazos emocionales y acumula mucho sufrimiento interior que se acrecienta al volver a ver a la ahora Senadora Padme Amidala. Los eventos conduciran irremisiblemente al inicio de una tragedia mientras la galaxia afronta un conflicto bélico en el que el nuevo ejército clon de la República será la punta de lanza.

En 2002 se estrenó El Ataque de los Clones. Más allá del título que, en su momento, provocó alguna que otra burla observamos como hubo cierta mejoría respecto a la película predecesora. George Lucas captó parte del mensaje y redujo la presencia en pantalla de Jar Jar Binks centrándose más en las intrigas de Coruscant, los movimientos del Canciller Palpatine, y un último acto en Geonosis que puede considerarse como el inicio de las Guerras Clon.

Lucas planteaba el Episodio II como una “historia de amor” entre Anakin y Padme. Para tratar un tema en el que no era precisamente hábil decidió llamar a Jonathan Hales, uno de los guionistas de Las Aventuras del Joven Indiana Jones. El libreto se nutrió de las aportaciones de ambos e incluyó mayor tiempo en pantalla para Samuel L. Jackson, la aparición de Jango y Boba Fett, y una batalla final con un gran número de Jedis en acción, incluyendo a Yoda.

El argumento trató de oscurecerse un poco más con la presencia del Conde Dooku, un Jedi convertido al Lado Oscuro y servidor de Darth Sidious. Contar con Christopher Lee para el papel supuso un gran acierto y sus presencias, diseminadas a lo largo de la película, son uno de los mejores elementos de la cinta. Sin embargo, la historia de amor chirría por todas sus vertientes.

En primer lugar, Lucas eligió a Hayden Christensen para interpretar a un Anakin que empieza a mostrar importantes signos de rebeldía y exceso de ego. Anakin debía ser una especie de James Dean galáctico pero la pobre interpretación de Christensen no siempre traslada debidamente esas sensaciones al público.

La trilogía original siempre había mostrado elementos naíf. Destilaba momentos de ingenuidad controlada y divertimento. Sin embargo, el principal problema de las dos primeras entregas de la nueva trilogía fue que esa ingenuidad se convertía en cursilería. Hay momentos, en la relación entre Padme y Anakin, que son profundamente risibles y provocan vergüenza ajena. En este sentido, quiero destacar la conversación entre ambos sobre la hierba del País de los Lagos. Allí hay un par de frases que recuerdan más a las series Beverly Hills 90210 y The O.C. que a Star Wars.

En las secuencias en Tatooine la situación pareció mejorar aunque Hayden Christensen seguía sin resultar creíble expresando emociones. La conclusión en Geonosis resulta interesante aunque el exceso de criaturas digitales resulta superfluo hasta que aparecen los Jedi y asistimos a un interesante combate que enfrenta a Obi-Wan y su discípulo contra el siniestro Conde Dooku. La aparición final de Yoda impactó en un primer momento pero, con el paso del tiempo, esas cabriolas computerizadas que realiza el venerable maestro no cuadran con la imagen digna y honorable que teníamos de él en la trilogía original.

La trama en Kamino, con los clonadores y Jango Fett, estuvo correcta pero podía haber dado mucho más de sí. El enfrentamiento en el cinturón de asteroides con el Slave I de Jango equilibró, en parte, lo que no se había logrado en el acuoso planeta. La falta de desarrollo en los personajes que están en el bando de la luz, continuó siendo un fuerte lastre para la película.

Todo ello no fue óbice para que la película volviera a recaudar gracias a su fortaleza como marca y a la continua ilusión de ver algo mejor por parte de la audiencia más fiel. Gran parte de las opiniones de los fans más acérrimos hablaban de la necesidad que hubiera habido una batalla más. Pero no todo podía entrar en una película que era, fundamentalmente, una “historia de amor”.

Como dato curioso, cabe decir que con este film se rodaron los últimos exteriores de la nueva trilogía. George Lucas consiguió su propósito de evitar las localizaciones y los viajes, algo que le cansaba especialmente. En esta ocasión, se volvió a rodar en Túnez añadiéndose localizaciones en el Lago de Como y Caserta (Italia). Los interiores se filmaron en los Fox Studios de Sydney (Australia) y en Elstree (Inglaterra). Se aprovechó la estancia en Túnez para rodar la secuencia final del Episodio III, aquella en que Obi-Wan entrega al Luke recién nacido a la pareja formada por Owen y Beru Lars. En ningún caso, George Lucas iba a volver a Túnez y a su calor sofocante.