16 d’octubre del 2021

Sitges 2021: Tres



RETAZOS SONOROS DE UNA VIDA EN DIFERIDO

Un artículo de Adriano Calero.


Es de noche. Mientras escribes (o lees) empieza a llover y el sonido te lleva a mirar por la ventana. El viento es intenso, pero los árboles se resisten a su fuerza. El paisaje se difumina progresivamente. De repente un fogonazo ilumina el horizonte, mientras un rayo lo abre en canal. Permaneces expectante hasta completar la acción. Tienes la imagen, te falta el sonido. El trueno irrumpe con fuerza confirmando las leyes de la física y… Hasta aquí, una posibilidad de lo cotidiano. Algo que nos recuerda cómo el sonido y la luz (y por lo tanto la imagen) viajan a diferentes velocidades. Algo que, por lo general, solo sucede cuando estamos a mucha distancia del objeto (o ante una película mal sonorizada). Algo que a nuestra protagonista le ocurre cada día. Y cada día que pasa, un poco más.

Tres (2021), hasta el momento la película en competición más profunda, lírica y original de esta edición, cuenta la historia de una diseñadora de sonido (C., según los títulos de crédito) adicta al trabajo, que no entiende (ni ella ni nosotros) por qué su cerebro ha comenzado a procesar el sonido más tarde que la imagen. No tan solo no consigue precisar sus montajes sonoros, ocasionándole graves problemas profesionales, sino que todo aquello que suena a su alrededor (incluso su propia voz) le llega con retraso. Golpea las palmas de sus manos y la palmada se toma su tiempo en hacerse escuchar. Unos segundos… Un minuto… Tal como advierte el título internacional de la película (Out of Sync), asistimos a la sucesiva desincronización de la protagonista mientras el cronómetro ofrece una cifra en aumento.

Del título original, Tres, se podría escribir mucho más. Es una denominación menos explicativa, pero acorde con el tono alegórico de la película. De alguna manera, Juanjo Giménez nos obliga a ser lectores concienzudos de su cine y dicha lectura empieza evidentemente por el título, casi a modo de acertijo. Porque resulta evidente que semejante argumento esconde otras capas bajo su apariencia fantástica. Y mucha poética. De hecho, el propio director lo deja muy claro. Hablando de la protagonista dice: “ella no está en su centro, está desequilibrada. Hay una asincronía emocional que conecta con este síndrome que padece. Hay un vínculo, por tanto, entre lo íntimo y lo sobrenatural”. Y, por si fuera necesario, nos regala un resumen con forma de titular: “la película cuenta la búsqueda de identidad de una mujer sin nombre”.


Mas es la protagonista de Tres una mujer anónima que sin embargo posee un rostro reconocible, el de la actriz Marta Nieto (Madre, Litus, Vergüenza, El camino de los ingleses…) quien ofrece en Tres una interpretación tan contenida como brillante, tan sutil como magistral. Giménez asimismo reconoce la dificultad que implicaba su papel: “Los actores están acostumbrados a trabajar con cromas o con pantallas verdes, y a imaginarse, por ejemplo, monstruos que no están allí. A Marta le pedía algo más difícil, que era viajar sonoramente en el tiempo”. Y en alguno de esos viajes aparece también el actor Miki Esparbé (El rey tuerto, Las distancias, Reyes de la noche y, recién presentada en Sitges, Historias para no dormir), quien en Tres da vida un compañero de trabajo bonachón que le ayuda en su búsqueda identitaria. Correcto, sin más.

Aquí el tandem creativo de relevancia es el de la actriz protagonista y su director, y no podía ser de otro modo tratándose de Juanjo Giménez. Un experimentado creador que, paradójicamente, firma con Tres su segundo largo de ficción (20 años después de Nos hacemos falta, su olvidada ópera prima). Hasta el momento lo suyo eran los cortometrajes y con uno de ellos, Timecode (2016), se hizo notar: premiado con un Gaudí y un Goya (el Oscar no se lo llevó, pero estuvo muy cerca), y ganador asimismo del galardón más importante en los Premios del Cine Europeo y en Cannes. Y si en Timecode proponía un diálogo con las imágenes del pasado, en Tres el diferido es sonoro. ¿Dónde hallar sino en un tiempo pretérito la solución a las cuestiones del presente?

Aunque Giménez confiesa deformaciones profesionales y parece justificar con ello el origen del proyecto: “Cuando pasas mucho tiempo trabajando en un estudio de sonido, al salir a la calle te asalta la duda sobre si la gente tiene debidamente sincronizados los labios con cada una de sus palabras”. Dicha preocupación se materializa en la protagonista de Tres, a quien vemos leer los movimientos labiales de numerosos transeúntes, mientras agudiza su oído. Las confesiones que escucha recuerdan parcialmente al lamento coral que visualizan grandes obras como El Cielo sobre Berlín (Der Himmel Über Berlin, 1987) o En la Ciudad de Sylvia (2007). Con tales películas, Tres comparte su exploración de la singularidad a partir de una voz colectiva, pero, si de algún cine es deudora, es de aquel que nos dejó la maestría de Marguerite Duras. Recordada escritora que, sin embargo, supo aprovechar del séptimo arte aquello que la literatura no le podía ofrecer y que, en películas como India Song (1975) o Agatha et les lectures illimitées (1981), trabajó la disociación audiovisual como herramienta para la reconstrucción de la memoria. Individual y colectiva. De momento, Giménez, solo nos habla de C., de una única mujer. Pero como él mismo bromea, apenas acaba de empezar: “Tres es mi segundo primer largo”.


Tres es un símbolo y es también un juego. Porque muchas son las veces que la protagonista repite un trabalenguas con dicho vocablo y su aliteración. Porque asimismo confiesa, visitando un piso en alquiler, que podrían ser dos… o quizá tres. Pero, sobre todo, Tres, porque hay un desfase entre rayo y trueno cuya distancia podemos averiguar dividiendo el tiempo de dicho desfase entre el famoso número 3. Hecho que nos recuerda cómo el audiovisual, aunque se presente como un todo, contiene informaciones (sonido e imagen) que llegan por separado y que estimulan aspectos diferentes de nosotros mismos. Tres podría ser también ese espacio aparentemente imperceptible entre el primer input lumínico y el sonoro que le sigue. Y por eso Giménez concluye: “Cuando la voz va con retardo hay un instante en que todo queda detenido. Y quizá ese momento sea mucho más bonito que lo que va antes y después”. Y tras ver Tres, nosotros lo confirmamos.