13 de gener del 2014

La colonización del Québec: los ecos de Arnaud Blanchard (I)



A principios del siglo XVII, la expansión de la corona de Francia por el continente norteamericano era un hecho. Aunque las condiciones climatológicas en la región del río San Lorenzo eran especialmente adversas, con unos inviernos cuya crueldad se cobró las vidas de multitud de colonos, tanto el cardenal Richelieu como su sucesor, Jules Mazarin, consideraron que el dominio sobre los territorios del actual Québec eran clave para la expansión económica francesa. Los rendimientos que podrían derivarse del tráfico de pieles de castor eran un recurso muy apetecible para cualquier potencia. Se trataba de una materia muy valorada en Europa y con la cual se podría obtener una ventaja competitiva en los mercados.

Champlain llega a lo que se convertiría en el asentamiento de Québec.

Tras fundar la ciudad de Québec, con sólo 28 habitantes en 1608, Samuel de Champlain, considerado el padre de la "Nueva Francia", inició sucesivas campañas para expandir el control del territorio y asegurar que sus "tramperos" pudieran empezar la caza de castores y el procesamiento de las pieles que deberían ser embarcadas hacia la metrópolis. Forjó alianzas con varias tribus indígenas de la zona: los nómadas Algonquinos, los Hurones y los Innus. Pero no obtuvo lo mismo de los Iroqueses, que eran sedentarios en la región, y que se oponían muy belicosamente a las ambiciones coloniales francesas. Se dice que durante una expedición de castigo en 1609, el mismísimo Champlain abatió a dos líderes Iroqueses con su arcabuz. Durante varios años, se mantuvo una cierta sensación de paz y tranquilidad que encumbró a Champlain como primer Gobernador de Nueva Francia mientras el comercio de pieles florecía y las alianzas con las tribus pacíficas fortalecían las posiciones permitiendo incluso la expansión hasta la región de los Grandes Lagos.


Una de las ideas que Champlain decidió poner en liza fue la de traer a jóvenes franceses para integrarlos en las tribus indígenas y forjar una nueva generación de colonizadores que tuvieran fuertes lazos con la población local y, al mismo tiempo, aprendieran la lengua y costumbres para ayudar a la integración del resto de nuevos pobladores. Estos hombres, conocidos por el sobrenombre de "coureurs des bois" (corredores de los bosques), lograron extender la influencia francesa entre la población autóctona. Tuvieron un especial éxito con los Hurones.


Pero las escaramuzas con los Iroqueses nunca cesaron del todo. Champlain murió en 1635 y no llegó a ver como sucesivas invasiones indígenas acababan con los misioneros jesuitas y sus acompañantes Hurones mientras trataban de llevar el mensaje evangelizador hacia el Oeste. El nuevo gobernador, Charles de Montmagny, aplicó una política más agresiva, con operaciones de castigo más virulentas. Se sirvió de los "coureurs des bois" para que fueran los guías de sus tropas en las expediciones que penetraban en los bosques tratando de aislar y aniquilar a cuantos Iroqueses pudieran. Esta funesta táctica de represalia no acabó con el conflicto sino que lo hizo perdurar aún más en el tiempo. Pero algunos testimonios de los hombres que participaron en esas acciones, han quedado consignados en ciertos archivos históricos.


Arnaud Blanchard había nacido en Orléans, durante la primavera de 1622. Siendo el cuarto hijo varón de una familia dedicada a la administración de tierras, poco tenía que hacer. No había futuro para él puesto que tenía a tres hermanos por delante que ya copaban todo el negocio. Su padre, Olivier, le sugirió en repetidas ocasiones que entregara su vida a la disciplina sacerdotal pero Arnaud nunca sintió una vocación verdadera para convertirse en siervo de Dios. Él disfrutaba más de los placeres que le otorgaban unas damas, de dudosa reputación, que formaban parte del cuerpo de baile del "Eppe d'Or", una de las tabernas más conocidas de la ciudad. Allí gastó su asignación hasta los diecisiete años, momento en el que su padre, desesperado ante la situación, le obligó a ayudarle en sus labores de administrador como secretario. Pero Olivier enfermó y el panorama de futuro para Arnaud se tornó aciago. Su madre había fallecido años atrás y ninguno de los hermanos estaba dispuesto a ofrecerle auxilio.

Un día, al salir del boticario donde había comprado unas medicinas para su padre, algo atrajo súbitamente su atención. Su destino estaba a punto de cambiar...


Continúa en:

Los ecos de Arnaud Blanchard (II)

Los ecos de Arnaud Blanchard (III)