7 de març del 2013

Spartacus War of the Damned: narrativa del asombro


Llegados al ecuador de Spartacus: War of the Damned, es buen momento para pasar balance a lo que hemos presenciado hasta ahora. En primer lugar, y desde mi punto de vista, estamos siendo testigos de un espectáculo grandioso e imponente. 
 
Asistir a la campaña final en la que Espartaco y sus vastas hordas pusieron entre las cuerdas a la poderosa República Romana, supone un gran aliciente pero, además, continúa el desarrollo de personajes y se crean poderosas dinámicas entre ellos. Algo que, por otra parte, siempre ha sido un gran patrimonio de la serie, pese a quien pese.
 
Las nuevas incorporaciones son de gran relevancia puesto que el bando romano ya está liderado por Marco Licinio Craso (soberbiamente interpretado por el británico Simon Merrells). Y a su lado, tenemos la oportunidad de ver a un joven Julio César. Una interpretación y una dirección del personaje que sorprende a la audiencia porque se centra en una época poco conocida. César es un joven patricio, de familia aristocrática, que trata de hacer méritos para satisfacer su ambición latente de poder y reconocimiento. 

Craso dice de él lo siguiente: "Caesar is blessed with storied name, and  shall one day rise to shame the very sun."

El showrunner Steven S. De Knight siempre nos ha planteado una versión extrema y rugosa del periodo histórico y, por consiguiente, tanto Craso como César se integran en esta dinámica para darnos una visión aún más amenazadora y violenta de ambos personajes.
 
Spartacus es lo que es. No pretende engañar a nadie y su propuesta es clara: violencia extrema y muy gráfica (como no hemos visto nunca antes), visceralidad, sexo explícito, depravación, intrigas, y conspiraciones. Pero este menú siempre se ha servido con ingenio y su adecuada combinación de elementos ha captado la atención de un sector de audiencia ávido por degustar un producto audiovisual que ha sido capaz de reflejar la brutalidad de una época histórica apasionante.
 
Ya hemos reflexionado anteriormente sobre el valor intrínseco de esta serie y las causas de su continuidad cuando algunos la tachaban de "repetitiva y falta de ideas". Con esta nueva temporada, no sólo vuelve a demostrarse que esa última afirmación es falsa sino que se desmiente un argumento largamente esgrimido por varios sectores de la crítica. 
 
Y es que, habiendo desaparecido personajes trascendentales para las tramas argumentales como fueron Batiato, Lucrecia, e Illythia, muchos creían que la nueva temporada decaería sin remedio. Los resultados del visionado de la misma destruyen ese argumento porque tenemos en Marco Craso a un nuevo personaje colosal que no sólo sobresale como villano sino también como reflejo del hombre de su tiempo. Su crueldad siempre está complementada por su profundo sentido del honor, algo que está grabado a fuego en su alma de guerrero. Ante las dinámicas más lineales (aunque no por ello menos interesantes) de Espartaco y su tropa, Craso viene a aportar un nivel discursivo opuesto y brillante. 
 
 
El desenlace que nos espera promete ser un hito en la narrativa serial de este año. La venganza sin cuartel que Espartaco y sus lugartenientes quieren infringir a los romanos, viene acompañada de torturas y sufrimientos que, de alguna manera, les asemejan a aquellos que les esclavizaron y maltrataron en el pasado. La delgada línea moral que separa castigo y exceso queda más rota que nunca tras lo visto hasta el momento.
 
El campo de juego es más que apasionante y debemos preguntarnos en este punto... ¿por qué sigue gustando Spartacus?. Pues, porque además de las razones expuestas con anterioridad, tenemos un producto excepcionalmente realizado, con interpretaciones de gran nivel regadas de diálogos contundentes y, en ocasiones, muy profundos. La magnificencia de las escenas de batalla, conecta con una parte ancestral de nuestra alma que ansía y necesita un espectáculo de similar naturaleza. Y negarnos a ello es una mentira autoimpuesta.
 
Cinco capítulos quedan para la épica conclusión de una serie que ha zarandeado el panorama audiovisual desde su audaz propuesta. Haberse atrevido a ir más allá en el género de la crónica histórica no debe ser motivo de censura sino de aplauso. Actualmente, debemos premiar la osadía porque, al final de todo, seremos espectadores de un espectáculo de sangre y fuego. Y esa diferenciación, esa voluntad de romper esquemas, es el mayor valor de un proyecto iniciado hace tres años.