10 d’octubre del 2018

Sitges 2018: Expediente 64 (Los Casos del Departamento Q)



EL MAR QUE NOS MIRA

Un artículo de Adriano Calero.

Como dice un proverbio árabe, “todo lo que sucede una vez puede no volver a suceder, pero lo que sucede dos veces sucederá con seguridad una tercera”… Una cuarta, una quinta y una décima. Hasta que el escritor se canse, la productora pierda el interés económico o los espectadores dejen de consumir arte en fascículos. Porque en eso la infancia es mucho más rentable: un niño no necesita que le cambien el título, ni siquiera la historia. Es capaz de ver la misma película una y otra vez, disfrutándola como el primer día… Pero semejante paladar se torna más exigente en la edad adulta y es entonces cuando cabe esperar una trama distinta en cada narración (Misericordia, Profanación, Redención). Así sea bajo un epígrafe común (Los casos del Departamento Q) y con el mismo planteamiento inicial: enfrentar a los detectives Carl Mørck (Nikolaj Lie Kaas) y Hafez al-Assad (Fares Fares) a un nuevo caso sin resolver: el Expediente 64 de Los casos del Departamento Q (Christoffer Boe, 2018). 

Un caso que aparece, como siempre, al abrir las puertas de la intimidad. Más bien al demoler los muros que la cubren. Literalmente. Tras derribar en la ficción una pared de un apartamento de Copenhagen, descubren una habitación sellada durante años y, en ella, tres cadáveres momificados. Están dispuestos alrededor de una mesa redonda, enfrentados a sus genitales embalsamados y a la mirada del prójimo, que parece perdurar desde el mas allá. Una estilizada creación, digna de cualquier coleccionista satánico, que funciona como incidente inductor de nuestro tándem detectivesco. Pero que, lejos de lo que pueda parecer, no conduce por el camino del terror, sino que invita a reflexionar sobre la condición humana en conflictos de género y raza. Tan vivos en nuestra sociedad como en la escandinava. Porque el terror no es solo un género cinematográfico con el que sufrir y gozar, sino un hedor persistente que se respira en sociedad. 

En Sitges hay un aroma similar, especialmente en las salas de proyección. Y una visión crítica que comparten muchos directores. En su reciente película Clímax (ganadora de este Sitges 2018, tras salir premiada de Cannes) Gaspar Noé apunta: “La convivencia es una imposibilidad colectiva”. Mientras Kim Ki-duk nos arrebata la esperanza en Human, Space, Time and Human, asimismo programada en el Festival. Boe no se queda atrás. Nos invita a mirar el mar, en soledad… Acción inevitable en un país como Dinamarca y sus característicos 7500 km de costa. Con el mar comienza y acaba Expediente 64 (así como el film de Ki-duk ). Y la película transcurre… Mientras llega la muerte y brota la vida. Con el mar y los primeros planos de la película, irrumpe Boe en nuestro pensamiento y lo hace mostrando una realidad del revés. Literalmente. No es, sin embargo, una mirada deformada de nuestra existencia, sino una mirada sincera a nuestra existencia deformada. No es la cámara ni la pluma la que causa distorsión, es la humanidad, que parece decidida a acabar con ella misma. Porque el Boe de Expediente 64, intenta pasar desapercibido y escribe con un lenguaje que está al servicio de la narración. No pretende sentar cátedra, aunque lo acabe haciendo. 


He aquí la gran diferencia con el resto de adaptaciones de la saga: la aportación de un director de la talla de Boe, quien consigue dotar al proyecto de las virtudes necesarias para sobrevolar Sitges (Selección Oficial 2018). Ya sea gracias a una dirección actoral impecable, fácil de detectar en la calidad y mejora de las interpretaciones —ni la apatía de Mørck ni la pasión de Assad habían sido tan contagiosas e intercambiables como hasta ahora, ni la aportación de los secundarios (a destacar el que interpreta Nicolas Bro, actor fetiche de Boe), tan imprescindible—, pero también debido al ritmo irrefrenable y la condición hipnótica de sus imágenes. Es Boe un autor que nos ha regalado maravillas fílmicas dirigidas con el mismo pulso, pero mucho más efectistas, como Reconstruction (Cámara de Oro en Cannes 2003) o Allegro (Selección Oficial Sitges 2005). En ellas, la reflexión sobre el amor (o su ausencia) y sus protagonistas, siempre sometidos al yugo de la paradoja temporal, pedían a gritos dicho barroquismo formal. Y mientras tanto Boe se abría paso en el cine independiente danés, marcando en fuego la huella de sus pisada. 

En cambio, en Expediente 64, el director ha sabido adaptarse al Nordic Noir y ofrecer una sobriedad de estilo, tan inesperada como aplaudida, ya implícita en la pluma del escritor danés Jussi Adler-Olsen, responsable de la saga literaria que hay detrás. Y determinante en la estructura de un guión que, como la novela, alterna el punto de vista de los detectives con la verdad de los hechos investigados, ocurridos tiempo atrás. De manera que el espectador se pueda mover con cierta soltura en la narración, ahorrándole la suerte de encarnar a Watson en un intento fallido de querer ser Holmes. 

Holmes y Watson, Mørck y Assad. Los detectives cambian, los crímenes también. Las historias evolucionan y la puesta en escena mejora. Pero el mal no entiende de época, ni de ciudad.