12 de setembre del 2016

Funny Games, ¿necesitas jugar?

Un artículo de Adriano Calero.



Frío, tibio, caliente... ¡te quemaste! Y nada de agua fría, ni crema para las quemaduras. Tras dar varios palos de ciego, el premio era tuyo. ¿Quién no recuerda un momento así en la infancia ante la mirada cómplice de sus padres? En esa época, dejarse manipular era parte del juego. De uno muy divertido, tierno y didáctico.

Ante la película Funny Games, del director austríaco Michael Haneke, la manipulación también deba ser aceptada. Pero el juego para nada será divertido... De todas las acepciones de funny, la que encaja mejor es rare. Porque extrañeza es la sensación que tiene el espectador durante buena parte de la película hasta que entiende, al son de “frío, tibio y caliente”, que ahora el premio es de otra índole.

De este modo, durante poco menos de dos horas, Michael Haneke invita al espectador a presenciar el secuestro y tortura de una familia acomodada que acaba de llegar a su casa de verano para pasar las vacaciones. En manos de dos jóvenes intrusos, dicha familia se verá obligada a pelear para sobrevivir y superar el macabro juego al que se han visto abocados a participar. Ellos, y nosotros también.


Para ello, Haneke fuerza un vínculo de complicidad entre el espectador y los dos secuestradores, en especial con el líder (interpretado por Michael Pitt en la versión americana), que se formula, en primer lugar, con la mirada a cámara de este último, pero, que se establece, segundos después, cuando confirmamos que es la muerte quien se esconde tras el (ahora sí) macabro juego… Quizá sea un buen momento para escapar. Nosotros, que sí podemos.

De lo contrario, Haneke no cesará en su intento por mostrarnos el camino. ¿Cómo pasar desapercibido cuando el líder, no tan solo mira a cámara, sino que interpela al espectador sobre el destino que merecen sus víctimas? De haber conseguido eludir su mirada, semejante pregunta nos recordará el grado de responsabilidad que seguimos teniendo. Así es, aunque haya una pared de por medio.


Porque semejante recurso formal, lejos de distanciarnos, nos incita a seguir expectantes ante el incierto destino de sus protagonistas. Como ya hicieran en su día, a favor de la comedia, Allen con Annie Hall o Lewis Gilbert con Alfie. Por lo que, a estas alturas, quizá sea inevitable cuestionarse sobre el posicionamiento del espectador ante la dicotomía que supone la violencia en esta película: diversión o terror.

Sea como sea, si a estas alturas aún estamos frente a la pantalla, es porque el Método Ludovico no funcionó del todo bien y quizá sea júbilo lo que nos provoca la muerte inesperada de uno de los secuestradores. Pero Haneke es incorruptible y aquí despliega todo su aparato formal. Rebobina la escena y evidencia el carácter manipulable del espectador. Donde hubo exaltación, solo queda decepción. ¿Por qué? He aquí un espejo en el que mirarnos... como norma, la humanidad ha aprendido a denunciar la violencia en todas sus formas y a no tolerarla en ningún tipo de discurso. Paradójicamente, la acepta, la consume e incluso la aplaude cuando se trata del medio audiovisual.


En definitiva, según palabras del propio Haneke, Funny Games “es una película que uno mira si lo necesita, porque de lo contrario uno simplemente se va. Si alguien se queda hasta el final, es porque de alguna manera necesitaba ser torturado durante ese lapso de tiempo para entender”. Cuando el 28 de diciembre de 1895, el público que ocupaba el Salón Indien de París huyó despavorido al considerar que el tren de los hermanos Lumière se acercaba de manera alarmante, nadie de los allí presentes necesitó que alguien les recordara algo tan obvio.