14 d’octubre del 2016

Sitges 2016: The Handmaiden o la feminización de la mirada

Un artículo de Adriano Calero.



“En este mundo, ante la implacable voracidad del tiempo, el erotismo debe compensar nuestras expectativas vitales.”
Fernando Calero
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En un mundo donde todos somos esclavos del tiempo, pero más preciso sería decir que lo somos del movimiento, la llegada al interior de la sala de proyección durante un festival de cine, suele estar representada por una sensación universal en el espectador, crítico o no. Por un lado, está la expectación común de aquello que se va a ver, evidentemente, manifestada de manera desigual en todos aquellos con los que se va a compartir el espacio. Algunos no cesarán de repetir la información recopilada antes del pase, mientras que a otros dicha información les parecerá una osada alegoría al spoiler. Eso sí, tras oír el sonido del código de barras y leer la palabra next en el rostro del trabajador, la respuesta de los asaltantes será generalizada. Al son de la sirena que, en vez de informar, parece acelerar el tiempo (y eso tampoco ayuda), la marabunta se pondrá en marcha. El ritmo acelerado, el ánimo impaciente y una lucha encarnizada por dar con la mejor butaca. Y, ¿cuál es esa? La tuya, siempre la tuya. Como las plazas de aparcamiento. Una vez las localizas, siempre son tuyas… Hasta que, en el camino, otro te la “quita”. ¿Qué pensará, entonces, aquel que te observe desde “tu butaca”? ¿Y un tercero que os vea competir?


Menos mal que el (buen) cine tiene respuestas para todo. Para evitar la forma más común del querer, la posesión, y para una imperante necesidad de mirar con ojos ajenos…

En primer lugar, The Handmaiden de Park Chan-Wook (Corea del Sur, 2016) es una película que sigue engrosando la interminable lista de obras coreanas en el festival, la mayoría de las cuales tiene como rasgo distintivo la ocupación japonesa de principios del siglo XX. Aparentemente es la época estrella de este año en la producción fílmica coreana, pero no se preocupen, no tendrán que lidiar con una lección de historia ni en The Tiger (Park Hoon-Jung, 2016) ni en The Age of Shadows (Kim Jee-Woon, 2016), ni mucho menos en la película que ahora nos ocupa. En The Handmaiden la época es tan solo una excusa para el estímulo creativo de quien la firma. Para la recreación estética de un cineasta obsesionado con la imagen, que ha sabido encontrar en la opulencia y en la estilización extrema su ya conocida carta de presentación. Asimismo, el conflicto, ora histórico ora emocional, enriquece la producción de ideas y le sirve a Park para exponer, con su particular híbrido de géneros, una mirada crítica hacia la tendencia patriarcal que imperaba en los años treinta (de la mano de la nación japonesa).



De este modo, The Handmaiden narra la historia de Sook-He, una joven y bella criada formada en el arte del pillaje, que tiene como premisa inicial robar la herencia de Hideko, la millonaria huérfana a quien sirve. ¿Joven y bella? Por supuesto, también. Si algo es sobresaliente en esta película es la elección del casting, pero la belleza tiene poco que ver. Las dos actrices protagonistas, de rostros y miradas complementarias, tienen en el parentesco de sus cuerpos la posibilidad latente de una relación equitativa. Porque el roce hace el cariño (y a veces genera fluidos) y las malas intenciones se pierden en el camino de un alma noble… Por lo que no deberían sorprenderse cuando vean a las protagonistas sellar con un apretón de manos el pacto de la amistad.


He aquí una escena de un erotismo sin igual que recuerda en su esencia a los versos de amor de Pablo Neruda: “Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, te pareces al mundo en tu actitud de entrega”. Porque más que sexual, hay algo poético, casi político, en las escenas lésbicas de The Handmaiden. A través de la comunión de las dos protagonistas, en total contraposición con el modo en que las relaciones heterosexuales son representadas, Park sugiere algo más que un tórrido romance: una búsqueda identitaria y la posibilidad de una liberación femenina; discurso que refuerza el de otras películas como Carol (Todd Haynes, 2015) o La Vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013).

No obstante, en las amistades como en el amor, siempre existe la posible llegada de una tercera persona… y de una cuarta. Mientras es el tío de Hideko quien la retiene en su mansión, mitad gótica mitad japonesa (la primera dicotomía de una serie de opuestos), es el magnífico actor Ha Jung-Woo quien da vida al personaje que la corteja y la pretende liberar. Pero no hay espacio para las buenas intenciones en ninguno de los dos, sino la motivación económica y sexual de aquellos que representan la mirada patriarcal de la sociedad: una tendencia (aún vigente) a confundir la necesidad con la exigencia, el deseo con la posesión y los lazos familiares con una cuestión jerárquica.


En el apartado formal, Park compone de un modo que trasciende lo puramente estético, a pesar de que siempre es la punta del iceberg lo que se aprecia mejor. La manera como ilumina los espacios, enfrentando la realidad sombría del interior de la mansión con la brillante posibilidad exterior, recuerda a un pintor perfeccionista frente a la blanca posibilidad del lienzo. El acertado uso del formato panorámico y la profundidad de campo, nos recuerda que el cineasta cuenta con más opciones que la novelista para reforzar la intriga. Desde la dirección de actores y el montaje interior al plano, Park puede narrar y contradecir lo argumental, anticipando los posibles giros del guión. Y lo hace. Solo es necesario estar atento a las sutilezas del comportamiento humano.

Porque The Handmaiden es la libre adaptación de la novela de Sarah Waters, Falsa identidad, de la que hereda la estructura en tres partes y su apuesta por un punto de vista variable como medio para la elaboración del suspense. Pero la aportación del cineasta es tal, que la alternancia del punto de vista no depende de la voz en off que inicia el relato, sino de un dominio global del lenguaje cinematográfico e incluso de la sabia elección de los idiomas en los que cada personaje se expresa. Mientras que los personajes masculinos, aún siendo coreanos, se comunican en japonés con Hideko, el idioma del poder en la época, ella prefiere su lengua nativa para comunicarse con Sook-He en la intimidad. 
Asimismo, la película está plagada de motivos visuales que funcionan sin la necesidad de un contexto. Algo así como ideogramas de conocimiento, como el resultado de la suma de contrarios mencionados a lo largo del texto… Que la primera manifestación erótica de la película, cuando la libertad de Hideko aún es una utopía, dibuje en la imaginación del espectador una felación o que la asfixia autoimpuesta de Hideko como narradora de relatos eróticos suceda en una biblioteca llena de hombres, ¿les sugiere algo?



Sea como sea, la asfixia de la mujer no siempre es cosa del pasado…