12 de març del 2011

Los Coen superan el reto del western con Valor de Ley


Los lectores del blog conocen mi pasión por los escenarios naturales del Medio Oeste norteamericano. Y, obviamente, el género del western es el que mejor ha podido representarlo habiéndonos descubierto enclaves de una extraordinaria magnificencia que resaltan, con fuerza, la sensación de espacios abiertos, extensas estepas, montañas agrestes...

El ser humano trata de recorrer esos caminos aunque, en ocasiones, queda sometido por la inalcanzable fiereza de estos paraisos naturales.

Los hermanos Coen han honrado al género del western con su nueva versión de Valor de Ley. Y lo han hecho valiéndose de una puesta en escena clásica, utilizando al máximo el formato panorámico y la amplitud de campo en los enfoques. Han conseguido que una nueva generación haya vuelto a enamorarse de los paisajes del viejo Oeste demostrando que son unos cineastas brillantísimos, capaces de afrontar un reto de una dificultad enorme en un género que no les era cercano.

Y es que su éxito en esta película se construyó desde el principio. Decidieron sabiamente recurrir a la novela originaria de Charles Portis, construyendo su guión desde allí. Y dejaron fuera cualquier influencia de la película precedente que rodó Henry Hathaway, en 1969, con el mítico John Wayne en el papel del marshal "Rooster" Cogburn.

"The Duke" estuvo espléndido en el film y logró su único Oscar por la espléndida interpretación. Pero el contexto general de la película obedecía a lo cánones de la época en los que se pedía un film de ámbito más familiar. Muchas de las situaciones más controvertidas fueron reducidas o eliminadas y la película tenía, en ocasiones, un tono demasiado cómico. Además, a pesar de rodar en grandes escenarios naturales, nunca se mostró el entorno con la dureza necesaria. El exceso de color y el tono ligero han hecho perder fuerza a la cinta con el paso de las décadas.

Los Coen eran conscientes que la novela de Portis contenía los elementos de dureza que ellos necesitaban y vieron en la historia una magnífica oportunidad para debutar en el western por la puerta grande. Recuperaron un prólogo y epílogo narrado por Mattie Ross, 25 años después de los hechos que se nos cuentan. Y, además de utilizar un estilo visual más naturalista y agreste que coincide mejor con el paisaje de la época, aportaron numerosos elementos de violencia y de incorrección que, sin duda alguna, constituyen la huella principal de los directores en esta espléndia película.

El reparto que han formado es también excepcional, incluso en aquellos papeles que tienen poca presencia. Jeff Bridges es un espléndido actor, se agotan los calificativos para él. Pero es que en esta película ha vuelto a sobresalir especialmente. Dando vida al implacable, violento, y harapiento Reuben "Rooster" Cogburn, Bridges nos hace olvidar al mismísimo John Wayne.

A su lado, Matt Damon está sumamente correcto en el papel del Texas Ranger LaBeouf, y Josh Brolin vuelve a brillar al frente de un breve pero decisivo personaje: el necio Tom Chaney.

Salida de un casting que se realizó por todo el país, la jovencita Hailee Steinfeld resulta perfecta para dar vida a la obstinada y precoz Mattie Ross. De su credibilidad frente a la cámara dependía, en buena parte, el éxito del film y, desde luego, su elección resultó perfecta. El trabajo posterior de los directores sobre ella y la interpretación que han logrado sacarle es otro aspecto muy valorable.

Quiero hacer una mención especial para el maestro Roger Deakins. Tras más de diez colaboraciones como responsable de la dirección de fotografía en películas de los Coen, Deakins se reafirma como un magnífico cinematographer para el western. Tal como hizo hace unos años con El Asesinato de Jesse James, Deakins utiliza una paleta en tonos ocres para reafirmar la dureza de los escenarios naturales. Aunque el film se ambienta en Arkansas y Oklahoma (el conocido como Territorio Indio hasta 1907), la película se rodó en localizaciones del oeste de Texas y New Mexico, que se mantienen mucho más inalteradas. Todos los planos de situación resultan maravillosos y la variedad geográfica de los enclaves enriquece mucho al film.

Un último aspecto a comentar es el del enorme aprecio que sienten los Coen por las películas de Sergio Leone, en especial por Hasta que llegó su hora, la cual consideran su western de referencia de todos los tiempos. Pues bien, la referencia no cae en saco roto ni mucho menos.

La película de Leone prácticamente se abre con un plano de Claudia Cardinale caminando en lo que parece un desierto desolado que, de repente, tras superar una loma, irrumpe con fuerza desvelándonos la existencia de toda una ciudad en plena efervescencia. Pues bien, los Coen homenajean claramente este recurso escénico brillante cuando, al poco de iniciarse el film, el tren que lleva a Mattie Ross llega al fin de la línea en lo que parece ser una estación de paso que, sin previo aviso, se convierte en una gran ciudad del Oeste cuando el tren hace marcha atrás para continuar su camino. A medida que el ferrocarril se aparta, se nos abre un plano en el que aparece Fort Smith (Arkansas) ante nosotros. Donde no parecía haber nada, surge la civilización.

En fin, una película que es un deleite para los sentidos. Y, en mi caso particular, una aportación más para saciar mi infinita pasión por la historia del Far West.