3 de setembre del 2014

Un hotel con sabor hollywoodiense en el corazón de la Costa Brava


La Costa Brava catalana cubre más de 200 kilómetros entre Sa Palomera (Blanes) y la frontera con Francia. Pero no cabe duda que su parte central es la más espectacular en cuanto a belleza paisajística y calidad de las playas. El municipio de Palafrugell alberga el mayor número de estampas imborrables al incorporar tres localidades marineras de gran tradición cultural y turística: Calella de Palafrugell, Llafranc, y Tamariu. 

A partir de los década de los 50 se inició el boom turístico de la zona con la llegada de los primeros visitantes extranjeros. Los pequeños pueblos de pescadores empezaron a transformarse en un destino vacacional de primer nivel y fue necesaria una expansión urbanística progresiva que, sin embargo, ha logrado mantener intacto el espíritu agreste de la zona. Un elemento salvaje y natural que sigue siendo el reclamo principal para atraer a todos aquellos que pueden permitirse vacacionar en el paraíso de la Costa Brava.

Cuando empezó a llegar el turismo masivo a las playas palafrugellenses, los hermanos Bisbe vieron la oportunidad de convertir el vetusto refugio de pesca de su padre, ubicado en Llafranc, en un bar donde atender a los veraneantes. Con la industria local del corcho iniciando su decadencia, había que desplazar la actividad hacia el turismo. 

Lo que empezó siendo un bar, donde los bañistas bebían sangría fresca, se acabó convirtiendo en el Hotel Llafranc, inaugurado en 1958. Mario y Josep Bisbe necesitaban asesoramiento para decorar el interior del nuevo local y fue entonces cuando llamaron a Manel, que trabajaba como diseñador de aparadores en Barcelona.

imagebam.comimagebam.com

Manel Bisbe era un gran vividor, un excéntrico amante de la diversión nocturna. Su vuelta a Llafranc no se limitó al interiorismo porque vio en el hotel la posibilidad de conseguir un mayor éxito si por las noches se montaba una buena animación con actuaciones en vivo. Y así fue. El Hotel Llafranc se convirtió en un foco de atracción durante los siguientes veranos y sus legendarias fiestas llegaron a oídos de gente importante.

La popular bailaora de flamenco, Carmen Amaya, fue una de las primeras en frecuentar el hotel. Los turistas disfrutaban con sus improvisadas actuaciones en las que, en ocasiones, estaba acompañada por el mismo Manel Bisbe a quien Amaya nombró como el Gitano de la Costa Brava.

Por otra parte, la proyección internacional coincide con el rodaje de algunas películas como Pandora y el Holandés Errante (Pandora and the Flying Dutchman, 1951), De Repente, el Último Verano (Suddenly, last Summer, 1959), La Isla Misteriosa (Mysterious Island, 1961), o La Luz del Fin del Mundo (The Light at the Edge of the World, 1970) en la costa catalana. Algunas estrellas de Hollywood conocieron la región y decidieron pasar algunos días alojándose en el hotel.

En el comedor principal, situado en la planta baja, se encuentran los testimonios gráficos que ilustran las visitas de Elizabeth Taylor, Rock Hudson, Kirk Douglas y Sofía Loren. Las anécdotas aún se explican por parte de la viuda de uno de los hermanos Bisbe. Ella le sirvió unos peus de porc (pies de cerdo) a Douglas y no paraba de recibir peticiones de sus amigas para trabajar como camareras, durante una sola noche, y así poder atender al galán Rock Hudson.

También eran habituales las visitas de Salvador Dalí, Paco de Lucía, Xavier Cugat, Lola Flores y Antonio Gades.

imagebam.com

Actualmente, el Hotel Llafranc sigue siendo un auténtico referente y mantiene esa identidad dual que le ha caracterizado desde sus inicios: hotel de día, sala de fiestas por la noche. Manel Bisbe falleció en 1986 pero su sobrino, Carles, ha tomado el relevo y desde hace 24 años es el nuevo animador de las noches en el hotel, explotando al máximo una faceta de showman que ha heredado de su tío. El apodado "Rambo de Llafranc" es el director de un negocio que, incluso con la competencia feroz que afronta durante la temporada alta, ha sido capaz de unir a varias generaciones que han buscado, por encima de todo, un lugar singular donde entretenerse mientras las olas golpean la playa en el largo y cálido verano.