14 d’octubre del 2018

Sitges 2018: Lazzaro Felice



EL MAÑANA SIEMPRE LLEGA EN FORMA DE PRESENTE


Un artículo de Adriano Calero.

Un grupo de personas humildes vagan en la noche de cualquier ciudad italiana. Vuelven a casa, aunque siguen buscando un hogar. La pobreza les une, la esperanza también. Les sorprende una música eclesiástica que desvía su mirada y su camino. Proviene de una iglesia en cuyo interior se pierden. Cuando apenas han alcanzado el pasillo que lleva al altar, una monja les invita a marcharse. “Es una ceremonia privada”, les anuncia. Parten con la certeza de que la casa de Dios, si alguna vez fue de todos, ya es solo para él y su séquito de cofias blancas. O negras, tanto da. Pero la música decide irse con ellos y se escapa a través del vitral. Les alcanza de nuevo en la calle, en su aparente deambular. Es sorprendente, el órgano no está presente, pero se escucha mejor que en la iglesia. La música sacra les arropa, les une, les confunde. Quizá aún sea posible cambiar la realidad…

Al día siguiente, en el interior de un banco cualquiera, el mismo tema vuelve a sonar. Es precisamente la realidad que se presenta en forma de un drama irreversible. ¿Será que la condición de pobre no se puede cambiar? La música persiste y el drama también. Lo que realmente suena es el abuso de poder. La opresión al hombre por el hombre, basada en la mentira e iniciada tiempo atrás, cuando los pueblos se organizaban alrededor de la iglesia. Ahora que las casas pertenecen a los bancos, nada parece haber cambiado. La misma explotación y una única melodía para ambos lugares.

Así se despide Lazzaro Felice (tripremiada en este Sitges 2018 y al mejor guión en Cannes). Pero con Inviolata comienza. Un pueblo que, como su nombre indica, es de una inviolabilidad total. El tiempo retrocede, mas no es una iglesia quien marca el ritmo de sus gentes; sino la Marquesa Alfonsina de Luna y su plantación de tabaco. Estamos en los años noventa, pero casi todo parece indicar que no hablamos del siglo pasado. Los campesinos protagonistas, entre los que destaca Lazzaro, trabajan del alba al crepúsculo y obtienen deudas a cambio. Viven en la mentira y el miedo a lo desconocido (que es casi todo). Desde la incultura y la falta de medios la verdad se resiste. Creen ser propiedad de la marquesa, la víbora venenosa, que así la llaman. Y creen también en su derecho a poseer.

Con semejante escenario inicial, la película avanza impelida por la mirada lúcida y serena de la directora italiana Alice Rohrwacher, quien, en su corta carrera (es éste su tercer largometraje), acumula numerosos premios y la preferible victoria de la excelencia. Crecida y vivida en un entorno rural, en Lazzaro Felice Rohrwacher ha sabido elaborar, desde el guión y la dirección, una narración de apariencia sencilla, pero profundidad emocional. Una fábula cinematográfica que duele ser pensada, pero que agrada en su contemplación. Porque hay drama e igualmente hay humor. Por su sencillez y belleza, por lo que tiene de necesaria y esencial.

Como el trabajo coral de sus protagonistas, casi todos ellos actores no profesionales provenientes de dicho ambiente rural. Y gracias al trabajo de Lazzaro, un inexperto Adriano Tardiolo que, paradójicamente, resulta magistral. Dentro y fuera de la ficción. Pues hay en él la misma mirada lúcida y serena de la directora, aunque manifestada físicamente a través de unos ojos redondos y claros, como dos mundos en perspectiva, enmarcados por pestañas que no pestañean y por párpados que no se cierran. Al son de la palabra certo (claro, que diríamos aquí) siempre se presta a ayudar. Desprende tanta luz dicha palabra como su expresión, nada forzada. Es una bondad inconsciente la que le caracteriza. Porque, como diría Bresson sobre sus modelos (nuestros actores), “lo importante no es lo que muestran sino lo que esconden, y sobre todo aquello que no sospechan que está en ellos”.

Viendo sus otros trabajos y su experiencia como documentalista, resulta evidente la enorme capacidad que tiene Rohrwacher para guiar a sus actores naturales por el camino de la verosimilitud. Pero la influencia de Bresson va más allá. Se aprecia en la labor de la directora la misma búsqueda, la misma intención al retratar la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas. En el cine, en la vida, en las personas. Asimismo en la minuciosidad con la que aborda la construcción sonora de Lazzaro Felice. Una película que suena, principalmente, respetando la diégesis, pero que deja de hacerlo en contadas ocasiones (cuando la música sacra irrumpe en el banco es una de ellas) como denuncia de una realidad oculta que debe aflorar. Una verdad que los santos también custodian y que Rohrwacher, con una brillante idea de atrezzo, esconde tras las estampitas religiosas.

Por eso la película también suena con una exuberancia paranormal y en sintonía con la imagen. ¿Qué habrá más allá de los límites de Inviolata? Una luz roja que tintinea y un sonido mecánico marcan la frontera. Ambos provenientes de un horizonte desconocido (y temido) por los lugareños. Rohrwacher nos invita a imaginar. Quizá un ovni. O, simplemente, una zona industrial. El llanto insistente de un bebé que intenta impedir las cuentas a favor del cacique nos devuelve a la realidad. Estamos en el pueblo y con el pueblo. En el entorno de la marquesa las cosas no suenan igual. En su mansión, la melodía de una cajita de música, que es a su vez una cigarrera, la representa. Y a su hijo il marchesino, un walkman que repite la canción “Dreams (Will come alive)”. Pasado y futuro (en el tiempo de la película). Música diegética, pero prefabricada. Narrativa, aunque en cierto modo falsa. Mientras voces e instrumentos se escuchan entre los campesinos… Cantan y tararean y, a pesar de su drama, son felices. Ellos sí. Tan auténticos como la música en vivo que producen. Entre el silbido del viento y el aullido de un lobo.

Y en el apartado visual un perfume a nostalgia impregna todo el film (el formato fotográfico de bordes redondeados, que recuerda a un viejo retrato familiar, es un detalle más). La cámara se centra en los personajes, a los que sigue de cerca con pequeñas correcciones y paneos. Rohrwacher los ubica en exteriores y en entornos naturales. Entre el castillo de la marquesa y sus tierras, recuerdos de un pasado feudal. Entre la vía del tren y una fábrica abandonada, representación de la comunicación y la producción global. La herencia del neorrealismo italiano está presente y, en Rohrwacher, la gracia de sus precursores. Rossellini, Visconti, De Sica… En especial De Sica. Pero más cerca de Milagro en Milán que del Ladrón de bicicletas. Porque en Lazzaro Felice la familia (sin lazos de sangre) permanece unida. El rico es rico, pero el pobre no lo quiere ser.

Como en toda fábula, la intención didáctica prevalece sobre la denuncia y en Lazzaro Felice sucede por igual. Rohrwacher combina la mirada al pasado con la del presente y huye de cualquier reflexión fatídica propia del declinismo. Puede que no estuviéramos bien, ni estemos mejor, pero aún está por saber cómo vamos a estar. Rohrwacher apunta una posibilidad. Más bien, un sutil recordatorio. Cuando Lazzaro, ya en la ciudad, le enseña a un noble ladronzuelo (a quien encarna un siempre terrenal Sergi López) la capacidad nutritiva de unas plantas, ignoradas en medio de la pobreza, este último le responde sorprendido y pleno de alegría: “¡Es como caminar sobre un tesoro!”. Un tesoro que no está enterrado, sino a la vista de todos.