25 de novembre del 2013

Coches de cine: Mad Max y sus interceptores

Varias son las películas que, hasta la década de los 70, habían imaginado un futuro distópico y atroz. Pero hay que reconocerle a George Miller que su Mad Max (1979) aportó una visión nueva al mostrarnos, sin censuras ni tapujos, la violencia encarnizada y la crueldad despiadada que podría desatarse en el caso que nuestras sociedades se enfrentaran a un panorama de escasez de recursos y carburantes. La visualización de ese mundo, de esas carreteras australianas desoladas que parecen ser únicamente ocupadas por bandas de asaltadores y psicópatas de toda índole, encumbra a Mad Max como un film de ciencia ficción muy referencial a pesar de contar con unos medios bastante humildes para la época.


George Miller había sido médico de urgencias en la región de Victoria (Australia) y fue testigo directo de los múltiples sucesos y accidentes automovilísticos que se generaban constantemente. En las carreteras "aussies", la siniestralidad en el tráfico fue enormemente potente en los 60 y los 70. Las lesiones graves y las muertes por accidente impactaron a Miller desde muy temprana edad. Cuando decidió volcarse en su sueño de dirigir películas, tenía claro que debía rodar un argumento que girara entorno a todas estas vivencias. Junto a su socio de cortometrajes, Byron Kennedy, y al guionista, James McCausland, empezaron a conversar acerca de un libreto que se acabó convirtiendo en Mad Max

Pero el alto contenido de violencia era un factor innegociable a la hora de presentar el proyecto a las compañías productoras y, para que resultara más creíble para la audiencia, se decidió ubicar la acción en un futuro apocalíptico en el que unos locos patrulleros tratan de dar caza a una serie de dementes salvajes que han hecho de las carreteras su lugar predilecto de actuación. 

Con un presupuesto final de 400.000 dólares (parte de ellos fueron aportados por Miller y Kennedy), la película pudo entrar en producción y el resto, como se suele decir, es historia. Las secuencias  de persecuciones tienen un realismo impresionante y aún conservan todo su magnetismo en pantalla. Mad Max fue una obra de artesanía que trataba de llegar al gran público y, sin lugar a dudas, lo consiguió (recaudó más de 100 millones a nivel mundial). Las dos secuelas posteriores ya contaron con el apoyo decidido de Warner Brothers desde la fase inicial de creación.

Pero una película de este tipo, influenciada también por clásicos del género automovilístico como Punto Límite Cero (Vanishing Point, 1971) y Death Race 2000 (1975), debía disponer de coches impactantes. Hablemos de los autos que conducía "Mad" Max Rockatansky, un joven patrullero que, tras perderlo todo, deberá transformarse en un jinete solitario. Los motores siempre rugirán a su alrededor mientras se forja la leyenda del misterioso Max, el nómada del páramo.


Max inicia su andadura en un Ford Falcon XB sedán amarillo, más conocido como el Interceptor. Se trataba de un vehículo de 1974 que fue donado por la policía del estado de Victoria tras caer en desuso. Pero, posteriormente en el film, Max pasaba a utilizar otro Ford Falcon XB. En esta ocasión, el modelo era un GT coupé negro. Este "Pursuit Special" de 1973 era un modelo exclusivo del que se había hecho una producción muy limitada en suelo australiano. Las modificaciones que se le practicaron costaron 35.000 dólares. Supuestamente, iba armado de un motor V8 con compresor pero eso quedaba solo para el cine puesto que en realidad seguía usando un carburador convencional. 


Después del rodaje, el vehículo fue reconfigurado y utilizado con fines publicitarios. Pero, tres años después, George Miller volvió a rescatarlo para rodar la secuela: Mad Max 2, The Road Warrior (1981). Se instalaron nuevamente los accesorios especiales y se agregaron tanques en la parte posterior. Este Ford es el que vimos en las tomas de aproximación ya que, en las de velocidad, se usó una réplica que fue finalmente destruida tal como vemos en la película. 

Finalizada la producción, el coche no recibió ofertas de compra y se depositó en un desguace de Adelaide. Bob Forsenko, coleccionista y fan de la saga, consiguió salvarlo de la eliminación y lo restauró al estado del primer film pero con los tanques posteriores que se utilizaron en la secuela. Vendido, una vez más, fue a parar al National Motor Museum de Australia que acabó traspasándolo al Cars of the Star Motor Museum de Cumbria (Inglaterra). Con el cierre reciente de dicha instalación, el XB pertenece ahora a la colección Dezer, ubicada en Miami (Estados Unidos)

La significación de estos vehículos acompaña a la mitología de una saga que nos hizo descubrir a un joven actor de 22 años, nacido en Peekskill (Nueva York), pero que había llegado a Australia diez años antes debido al traslado de su familia a la "tierra desconocida del sur". Mel Gibson se había formado en los escenarios teatrales y tenía una sólida formación interpretativa pero su carácter violento y la afición a la bebida ya era conocida por als agencias de casting. Sin embargo, en este caso, dicha fama le fue bien. El día antes de su prueba, se había enzarzado en una pelea de bar. Se presentó a la audición Las dos secuelas de Mad Max agrandaron su figura pero sería injusto no citar sus notables intervenciones en grandes cintas como Gallipoli (1981), The Year of Living Dangerously (1982), y The Bounty (1984). Con su salto a Hollywood en 1984 (con Mrs. Soffel y The River), su fama aumentó y la condición de estrella del celuloide ya le aguardaba en la esquina tras protagonizar un gran clásico del cine de acción moderno: Arma Letal (Lethal Weapon, 1987).


En cuanto a Mad Max, hay que valorar muy especialmente la primera secuela: The Road Warrior. Es la más lograda de la trilogía y en ella se nos presenta a un Max desalmado que, por el capricho del destino, va a parar a uno de los pocos pozos de petróleo que siguen activos. Sitiados por las hordas del señor del páramo, el temible Humungus, deberá decidir donde situar su lealtad y, en última instancia, comprobará que su esencia de antihéroe no está reñida con las costumbres de un buen samaritano.