31 de maig del 2013

El Gran Gatsby


Tras la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos vivió una época de expansión económica sin parangón hasta ese momento. Combatir en una guerra y vencer pero no sufrir secuelas en terreno propio puesto que la refriega se desarrolló a miles de kilómetros de distancia, siempre ha sido una ventaja competitiva para las naciones que han podido llevarlo a cabo.

La sociedad norteamericana no progresó económicamente de forma igualitaria pero la explosión del negocio bursátil, la especulación, y las conexiones con poderosos clanes mafiosos permitieron la aparición de una casta de "nuevos ricos" que fue capaz de expandir el exceso de las clases adineradas a más zonas y barrios de las ciudades estadounidenses. 

Este entorno de opulencia, de exageración, de grandes fiestas adornadas por el glamour de las flapper girls,  fue conocido por F. Scott Fitzgerald a principios de la década de los 20. Esas vivencias le ofrecieron la  posibilidad de escribir una novela que explorara ese mundo de éxtasis desenfrenado en el que una nueva generación de jóvenes americanos disfrutaban de las riquezas ajenas mientras poco aportaban a una sociedad que parecía no tener límites en su crecimiento. Todo parecía posible para aquellos que podían invertir dinero. En la bolsa, los beneficios se incrementaban constantemente aunque lo que se estaba construyendo era un falso crecimiento que no tenía base real en la economía productiva. Ese triunfo fraudulento, basado en la especulación, llegó a su fin en octubre de 1929. Pero, hasta ese momento, los "felices años veinte" hicieron honor a su apelativo y se configuran como una época apasionante donde la clase política intercambiaba influencias con las grandes fortunas mientras el crimen organizado hallaba un escenario perfecto para presentar su variada oferta de alcohol, drogas, prostitución, y juego.

Fitzgerald nos habla de esta época en su poderosa novela y, a través de un lirismo muy marcado, se centra en la figura de Nick Carraway, un ex-combatiente, graduado en Yale, que llega a Nueva York para unirse al interminable desfile de nuevos agentes de bolsa en Wall Street. Con el tiempo, conocerá a su misterioso vecino, Jay Gatsby, un "nuevo rico" que está impactando a la ciudad con las magnas fiestas que organiza en la mansión que posee en la ficticia localidad de West Egg (Long Island).

Yo tenía importantes reservas antes de ver la película porque pensaba que Baz Luhrmann podía convertir un relato clásico de la literatura americana en un fastuoso espectáculo vacío de contenido. Pero ese escepticismo se desvanece muy rápidamente. El director australiano ha incorporado numerosos elementos estéticos que tienen un fuerte impacto en la puesta en escena pero, incluso dentro de este exhibicionismo, es capaz de encontrar momentos de clasicismo casi canónico para desarrollar las poderosas tramas que este fenomenal grupo de personajes nos sirven en bandeja durante el verano de 1922. En mi opinión, la propuesta visual de Luhrmann es arrebatadora y los escenarios digitales que recrean el Nueva York del momento son maravillosos. Existe una integración total entre la acción argumental y su contexto. 

También la elección musical de temas modernos no resulta molesta ni innecesaria sino todo lo contrario. Luhrmann demuestra su estima por el material original y remarca la idoneidad de su elección como máximo responsable de esta película tan ambiciosa. 

Fitzgerald no descuidó en su novela hablar de los fuertes contrastes que existían en el nivel de vida de la sociedad norteamericana. El "Valle de las Cenizas" es el ejemplo del rumbo existencial que caracterizaba a una parte importante de la población. En "El Gran Gatsby" es el peaje necesario para que la ciudad siga funcionando con toda su espectacularidad y qué mejor para desarrollar esta dualidad social que mezclar a personajes y exhibir las contradicciones que se debían vivir a diario (la relación entre Tom Buchanan y los Wilson es el paradigma de todo esto).

Esta nueva adaptación tiene dos partes bien diferenciadas: en la primera, Baz Luhrmann explota, siempre con criterio, la estética visual de la época para meternos de lleno en la suntuosa vida de los protagonistas. La integración de imágenes reales, dentro del nuevo metraje, está realizada de forma ejemplar y sabe aprovechar muy bien la espera que concibió el autor para la primera aparición de Gatsby. Empezamos a conocerle a través de referencias, lo que refuerza su aura enigmática. En la segunda parte, cuando los acontecimientos empiezan a precipitarse, el director es capaz de dar un paso atrás en los movimientos de cámara para dejar que sea el gran elenco de intérpretes el que sostenga la narración hasta su trágica conclusión.

Fitzgerald quiso expresar en su novela elementos de decadencia en un modo de vida que, con el tiempo, sufriría un fuerte revés. De alguna manera, trató de criticar la frivolidad de una casta social hasta cierto punto y creó a Gatsby como un personaje que se beneficia del entorno de especulación y negocio pero que, a la vez, es una gran víctima del mismo. Habiéndose construido a él mismo gracias a alianzas turbias que le han permitido llegar a una posición de privilegio, disfruta de su éxito sólo a medias. Porque, en realidad, Gatsby utiliza la riqueza y la pomposidad como una cortina de humo. Se oculta entre bambalinas porque su objetivo es el de recuperar al amor de su vida y no existe otra forma de llamar la atención que mediante la celebración de ardientes fiestas que tienen su eco en toda la Costa Este. Lamentablemente, los sueños en muchas ocasiones poco tienen que ver con la realidad y el choque dramático final que nos ofrece la película hace tambalear las convicciones más asumidas.

En la adaptación que Luhrmann y Craig Pearce han realizado, la figura de Nick Carraway se fusiona aún más con Fitzgerald y su catarsis final, elaborando una novela del mismo título, son elementos que funcionan y que aportan relevancia a la propuesta en perfecta conexión y respeto con el material literario original.

El excelente reparto colabora mucho para hacer que la película responda a las expectativas. Leonardo Di Caprio está, una vez más, brillante en su interpretación. Sabemos que elige muy bien los proyectos y trabaja únicamente con directores de alto nivel pero, en esta ocasión, vuelve a sorprendernos con una interpretación sentida y cálida. Desde el momento en que aparece en pantalla canaliza toda la tensión dramática y encuentra su contrapunto ideal en Tobey Maguire, que encaja perfectamente en el papel de Nick Carraway. Nick asumirá, más que ningún otro, las secuelas de ese exceso existencial pero, curiosamente, hallará la clave de su recuperación en el recuerdo de la única persona que le aportó positividad y ganas de vivir. La pasión que guiaba los actos de Jay Gatsby y la voluntad de llegar más allá de la excentricidad para conseguir recuperar el amor perdido, son las claves que Carraway utilizará para redimirse de los demonios que le han conducido a un sanatorio psiquiátrico.

Mención especial también para Carey Mulligan, Joel Edgerton, Isla Fisher, el siempre excelente Jason Clarke, el actor indio Amitab Bachchan, y un joven rostro que habrá que seguir en el futuro: Elizabeth Debicki. Se trata de una actriz australiana, de belleza turbadora, que destaca en el papel de Jordan Baker, jugadora de golf y flapper girl a tiempo completo.

Muchas veces se habla de lo innecesarios que son los remakes. Me parece que hay que juzgar cada caso y evitar generalizaciones. En el caso del "Gran Gatsby", tenemos dos propuestas diferentes y a la vez complementarias. Existe una adaptación, totalmente clasicista, que basa su puesta en escena en el vestuario y en la palabra de los intérpretes. Fue dirigida por el británico Jack Clayton en 1974, con Robert Redford, Mia Farrow, Sam Waterston, Bruce Dern, y Lois Chiles en los papeles principales. Y ahora, se incorpora una nueva versión que equilibra la aportación de los actores con la presentación de unos escenarios, de gran formato, que consiguen aproximarte a la época de una forma completamente diferente y arrebatadora. Podemos elegir puesto que ambas propuestas nos muestran elementos diferentes de una historia inmortal que responde a una de las joyas de la literatura americana.

Tom Buchanan le pregunta a Nick Carraway, al inicio del film, si aún trata de escribir la gran novela americana. No podemos calificar algo en base a un objetivo tan ambicioso y a la vez imposible. Pero lo que sí se puede asegurar es que darle una oportunidad al "Gran Gatsby" de Luhrmann puede significar, para el espectador, la posibilidad de sumergirse en un universo de brillantez y contrastes del que no saldrá indemne sino con voluntad de seguir reflexionando sobre las claves de una sociedad que F. Scott Fitzgerald trató de rozar con sus palabras.