5 d’abril del 2011

Los matrimonios de Elizabeth Taylor (II)

Una actriz devastada por la muerte de su esposo. Una viuda de 26 años. Y es que la vida parecía correr demasiado para Elizabeth Taylor en todos los aspectos. Su inmadurez se fue reduciendo a base de golpes y, desde luego, el accidente aéreo que acabó con la vida de Michael Todd causó en ella un impacto profundo que, sin embargo, se fue sobrellevando gracias a la intervención de uno de los grandes amigos del productor: el cantante Eddie Fisher.


Fisher era una figura en alza dentro del mundo de la música en la década de los 50. Disfrutaba de su estrellato, tenía su propio show en la televisión nacional, y estaba casado con una actriz muy popular de Hollywood: Debbie Reynolds.


Afectado por la trágica muerte de su amigo Michael Todd, Fisher fue uno de los primeros en visitar a Taylor tratando de consolarla. Pero lo que empezó como una relación fraternal de apoyo se fue convirtiendo en algo más cuando la gata empezó a utilizar sus encantos. Fisher perdió el rumbo y se enfrascó en una relación adúltera con ella que fue catalogada como escandalosa por la prensa del momento.


Debbie Reynolds, a la sazón amiga también de Taylor, repudió a ambos y se sumió en una profunda depresión que la llevó directamente al abuso del alcohol (su hija, Carrie Fisher, retrató esta adicción en el libro semi-autobiográfico Postales desde el filo, que posteriormente se convirtió en película).


En mayo de 1959, Fisher y Taylor contrajeron matrimonio. Un enlace que duraría hasta 1964 aunque los últimos años fueron de añadido puesto que Taylor decidió pasar página en cuanto conoció a Richard Burton en el plató de Cleopatra durante el año 1962.


El rodaje de la superproducción que casi arruina a la 20th Century Fox fue un auténtico calvario para Joseph Leo Mankiewicz pero también para Taylor cuando tuvo que practicársele una traqueotomía tras contraer una enfermedad que estaba tapando sus vías respiratorias. El rodaje tuvo que pararse durante seis meses engrandeciendo los costes, ya de por sí desmesurados, de una película que buscaba sobrepasar los límites de grandeza de las producciones históricas anteriores.


Pero no todo fue desagradable para Taylor. Durante el prolongado rodaje en Italia se enamoró perdidamente del británico Richard Burton, considerado uno de los mejores actores de la época con un prestigio profesional altísimo que le había granjeado el gran Laurence Olivier para quien Burton siempre fue algo así como un discípulo.


Burton también estaba casado pero el apasionado romance rompió todas las barreras y ambos matrimonios. Se casaron en marzo de 1964 y la prensa encumbró el enlace con la siguiente frase: "la actriz más famosa del mundo y el mejor de los intérpretes se unen en una ceremonia sencilla". Para Taylor, Burton fue una reedición de Michael Todd. También era un hombre duro y con carácter que la hacía sentir segura. Formaron una pareja bastante sólida y trabajaron juntos en nueve películas más destacando ¿ Quién teme a Virginia Woolf ?, un drama intenso y sin concesiones por el que Taylor obtuvo su segundo Oscar.


Pero aunque la relación parecía consolidada, el choque de caracteres hacía tiempo que estaba erosionando el matrimonio y, diez años después de la boda, llegó el divorcio. Sin embargo, para añadir más curiosidades en esta rocambolesca historia de bodas y divorcios, Taylor se superó a sí misma cuando, dieciseis meses después de la separación, volvió a casarse en una ceremonia privada en Botswana con Richard Burton. El británico declaró que no puedes juntar dos bloques de dinamita y esperar que no estallen. Y por ello, teniendo en cuenta el amor que aún les unía, volvieron otra vez aunque esta vez parece que la dinamita explotó más rápidamente puesto que diez meses después de la boda llegó la separación definitiva.




A pesar de lo importante que fue para ella Richard Burton, Liz no tardó demasiado en volver al juego. A finales de 1976, se casó con el Senador Republicano por Virginia, John Warner. Con este enlace, Taylor quería dar por zanjada su carrera cinematográfica y mantener la notoriedad como esposa de un importante cargo electo. Pero la realidad poco se asemejó a sus planes. La vida en Washington DC, casi siempre sola, la sumió en una profunda depresión que también la lanzó a la bebida. Su estado se fue agravando hasta que finalmente tuvo que ingresar en la Clínica Betty Ford para restablecerse. A finales de 1982, se divorció del Senador Warner convencida de que ya no volvería a casarse nunca más.


Pero las visitas a la Clínica Betty Ford no cesaron para ella pues era incapaz de hacer frente a su alcoholismo por ella misma. Entraba y salía del centro continuamente y, en una de sus estancias, durante 1988, conoció a otro de los pacientes: un obrero de la construcción, rudo y hortera, llamado Larry Fortensky.


Fortensky era un bala perdida. Se había licenciado del ejército con deshonor, y tras un par de divorcios, había sido detenido en varias ocasiones por posesión de sustancias ilegales. Su ingreso en el Betty Ford estaba más que justificado y la política de integración del centro, que no separaba a famosos de anónimos, le permitió conocer a una leyenda del cine en horas bajas.


Junto a Fortensky, Taylor pareció recuperar la ilusión y creyó haber encontrado al compañero de viaje definitivo. Por primera vez, era ella la mayor en la relación puesto que el futuro marido tenía veinte años menos. Se casaron en octubre de 1991, en el marco de un gran bodorrio que se celebró en el rancho Neverland de su buen amigo Michael Jackson. Asistieron al enlace Liza Minelli, Eddie Murphy, Nancy Reagan, Franco Zeffirelli, Quincy Jones, y George Hamilton, entre otros.



Este matrimonio-acuerdo duró cinco años. Curiosamente el tiempo justo que establecía un supuesto contrato pre-matrimonial que le aseguraba a Fortensky un cheque de un millón de dólares si llegaban a ese tiempo de convivencia.


El ya ex-obrero de la construcción, al que parecía cansarle el hecho de ser conocido como el "señor Taylor", siguió manteniendo una vida díscola y, en varias ocasiones, Liz le ayudó económicamente a salir de varios apuros financieros. Actualmente, vive en Temecula (California) y es uno de aquellos desgraciados que suelen ocupar un rincón de la barra de un sombrío bar mientras hablan, a veces solos, sobre el símbolo de Hollywood con el que estuvo casado.


Una historia dura, triste, pero exenta de aburrimiento. Elizabeth Taylor siempre se mostró convencida de haber actuado bien en sus matrimonios y lo resumió con las siguientes palabras: "Siempre traté de seguir las enseñanzas de mis padres y ellos me transmitieron que si quería a un hombre debía casarme con él. Y así lo hice. Siempre que me enamoré me casé. Supongo que siempre he sido un poco anticuada..."