24 d’octubre del 2017

Sitges 2017: A Gentle Creature (Krotkaya)

Un artículo de Adriano Calero.


LA DIPLOMACIA CINEMATOGRÁFICA


La necesidad de vincular el palmarés a la convulsa realidad mundial se hace inevitable en cualquier certamen. Cinematográfico, también. Es comprensible, existe un impulso irresistible por parte del jurado que hace que las causas que originan el discurso (fílmico) obren en cierto sentido. Como en una reunión diplomática. Porque el cine puede ser tan solo un entretenimiento o, gracias a su lenguaje universal, una herramienta de denuncia muy poderosa. Un pasaje a una sana evasión o, por el contrario, una invitación a la reflexión. A veces ajena, casi siempre multitudinaria… 

Otra cosa es que se confunda el buen cine, aquel que merece ser premiado por su calidad artística, con el valor del mensaje que lleva implícito. Como si el trasfondo de la obra fuera la principal cuestión a valorar. ¡Si hasta en un tribunal los hechos son más importantes que la idea originaria! Cierto, en una democracia real.

Dicho todo esto, uno tampoco debería sorprenderse cuando la lista de premiados esté muy alejada de la propia quiniela personal. O comunal. En los certámenes, como en la política, toca armarse de paciencia y aprender a relativizar. Los festivales (algunos más que otros) hacen una labor fundamental dando luz a aquellas obras que, de otro modo, permanecerían en las sombras. Los premios, sin embargo, tienen la obligación de contentar a unos pocos en nombre de otros muchos. ¿Como acortar semejante distancia?

La enorme diversificación de galardones en el Festival de Sitges es toda una declaración de intenciones. Hay tantos apartados y recompensas varias que se han repartido treinta y nueve… Aunque sigamos pensando que falta la cuarentava.


EL GRAN OLVIDO
"El absurdo nos rodea, existimos dentro de él”
Sergei Loznitsa

Tras un controvertido y llamativo paso por la selección oficial de Cannes, el Festival de Sitges decidió incorporar en su sección Noves Visions One la película A Gentle Creature (Krotkaya) del reputado documentalista Sergei Loznitsa. Gran acierto. Así sea en una sección que no le hace justicia (con dos discretos pases durante todo el festival), A Gentle Creature resultó ser la obra más precisa, incisiva y lúcida de toda la programación. La firme demostración de un cine arte al servicio de la noticia, que interpela al espectador -casi provocándole- de un modo similar al noticiario semanal. Aséptico en el tono, pero rotundo en su contenido. 

Inspirado en el profético Dostoyevski y su relato Krotkaya (La sumisa, La dulce o La mansa), Loznitsa vuelve a la ficción y nos presenta, a modo de viaje febril por la Rusia más remota, la historia de una mujer enfrentada a un mundo injusto y hermético. Frágil, pero determinada, esta criatura gentil se desplaza hasta la cárcel donde se supone al marido, a entregarle personalmente el paquete que le han devuelto sin explicación. ¿Quién? Correos, el sistema penitenciario, el Estado… Siempre otro humano. La imposibilidad de acceder al conocimiento de la verdad (de mayor importancia que la entrega del paquete) impele a la protagonista a seguir intentándolo, mientras que el poder de la burocracia y los borrosos límites del absurdo la llevan a perderse en un despiadado país de las maravillas. 


A la brillantez actoral de la protagonista -la actriz Vasilina Makovtseva- fruto de una concepción casi bressoniana de la actuación, se suman un sinfín de secundarios y figurantes que, gracias a un tono más teatral, personifican la inexistencia de la justicia y la ambigüedad de quien la justifica. Desde la trabajadora en la estafeta hasta la anfitriona de la pensión, pasando por los agentes de policía, los esbirros de la mafia, el alcaide y la responsable de la oficina de los Derechos Humanos. Nadie se salva. Ni el taxista, ni los parroquianos, ni el poeta fruto de la embriaguez. Ni la sociedad rusa, que duerme (literalmente) en el bus y ante la supuesta llegada de un tren. Ni el espectador. Porque como el mismo Loznitsa ha llegado a decir: “todos los ciudadanos son colectivamente responsables de las acciones de sus gobernantes”. Pero en su última aportación cinematográfica también lo demuestra.


Asimismo conocido por sus otras dos ficciones, My Joy (2010) y En la niebla (V Tumane, 2012), y sus multipremiados documentales (Portrait, Artel, Bloqueo, Maidan…), Loznitsa ha sabido demostrar en A Gentle Creature un dominio único a la hora de fusionar dos estilos fílmicos considerados dispares. Sin costuras visibles. Por un lado, la imagen directa del documental. Planos de extensa duración en un montaje imperceptible y el impudor de la cámara ante el individuo. En sus rostros y miradas, en los surcos de la piel. En el llanto, la risa y la nada… Y la parte final. Gloriosa, onírica e inverosímil, llena de subterfugios e intencionadamente irreal. Predecible, pero hiriente como un cuchillo. Como el de Richard Gere y Diane Keaton en Buscando al Sr. Goodbar (Looking for Mr. Goodbar, 1977) e inquietante como la luz estroboscópica que les fotografía. Paradójico. He aquí la auténtica verdad de la película. Loznitsa filma la ficción de manera naturalista y la realidad como el absurdo más teatral. Porque no solo ha aprendido de la incoherencia de la vida, sino del maestro Hitchcock y su mirada: “las escenas de asesinatos se deben filmar como si fueran escenas de amor y las escenas de amor como si fueran asesinatos”.

De este modo, Loznitsa parte de la dualidad conceptual y la fija ingeniosamente en su película a partir de todos los recursos que tiene. No solo articulando lo barroco con la sencillez, en la interpretación y en la fotografía. Sino gracias a una inquietante puesta en escena, que destila ambigüedad desde la primera secuencia. A veces de un carácter sutil, enfrentando largos silencios con diálogos encontrados. La soledad del individuo y después la masa. De los primeros planos de la protagonista -también dobles frente al espejo- a los planos de conjunto donde se pierde en el vulgo. Una multitud que al mismo tiempo está perdida en un pueblo prisión. Porque la contiene. Y porque no tiene libertad. Un pueblo en ruinas, sin posibilidades, devastado. Sus gentes quieren salir y esperan un tren que ha de llegar. Pero duermen (esta vez, metafóricamente) y no parece que vayan a despertar. 


Está claro, la mirada de Loznitsa sobre la sociedad rusa es grave y acusadora, a la par que irónica. Recuerda a la de su compatriota Aleksey Balabanov (Brother, Dead Man’s Bluff, Cargo 200) y a películas de la nueva ola rumana como La Muerte del Sr. Lazarescu (Moartea Domnului Lazarescu, 2005). Pero, ¿es entonces el testimonio de un conflicto local o global?

Recientemente, el encargado de un teatro de Moscú fue acusado de apropiarse de fondos destinados a un espectáculo que, según el gobierno, nunca llegó a representarse. Lo sorprendente es que el espectáculo sí fue representado, tuvo cientos de espectadores, ganó premios y hay pruebas (vídeos y fotos) que lo demuestran. A pesar de ello, las autoridades declararon que el espectáculo nunca se representó y encarcelaron al encargado. ¿Les suena de algo? Eso es. ¿La diferencia? Nuestro pueblo ya no duerme, pero sí que sueña.