21 de març del 2012

Tormenta emocional a orillas del Pacífico: Castillos en la Arena (1965)


El área de Big Sur, en la costa central de California, ha inspirado a numerosos autores literarios y también ha dejado huella en varias películas. Clint Eastwood reside desde mediados de los años 60 en Carmel e incluso el nombre de su compañía productora, Malpaso, procede de la zona.

Pero si analizamos en profundidad las presencias más reseñables de esta hermosa costa que combina acantilados y playas de arena blanca, comprobamos que un film sobresale del resto: Castillos en la Arena (The Sandpiper, 1965).

Inspirada en un argumento concebido por el productor Martin Ransohoff, que fue guionizado por los prestigiosos Dalton Trumbo y Michael Wilson, The Sandpiper nos sitúa en este contexto geográfico para explicarnos la historia de Laura Reynolds (Elizabeth Taylor), una mujer de espíritu libre que vive con su hijo en una casa de playa, en las cercanías del Bixby Creek Bridge.

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Laura educa a su hijo ella misma y le transmite sus ideales libertarios tratando que crezca lejos de los convencionalismos de una sociedad cuyos valores no comparte. Pero esta idílica concepción de la vida no podrá alargarse para siempre. Cuando el tribunal de menores la obliga a enviar a su hijo a un colegio religioso de Monterey, Laura se sumerje en una lucha de prevalencia que le enfrentará al director de la institución, el cura episcopaliano Edward Hewitt (Richard Burton).

A partir de aquí asistimos a la confrontación ideológica de los dos personajes cuyas diferencias se acaban convirtiendo en fascinación mutua. Lo extraño, lo diferente, siempre atrae y resulta curioso ver como un cura protestante, casado desde hace veinte años, cae en las redes de una pintora bohemia e inconformista.

Castillos en la Arena es un melodrama clásico que, sin embargo, es capaz de incluir diálogos y situaciones rompedoras para la época sin alterar el tono general del film. La mano de Vincente Minnelli se nota en cada plano y la interpretación del ya por entonces matrimonio Taylor-Burton (en su tercer film juntos) se beneficia de la maestría de uno de los grandes realizadores de la historia.

La costa central de California siempre ha sido refugio de artistas y varios de los lugares de rodaje coinciden con enclaves emblemáticos que la generación beat frecuentó en los 50 y 60. La Coast Gallery y el restaurante Nepenthe (aunque recreado en estudio) son dos de los lugares que fueron punto de reunión de pintores y escultores.

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La cinta se rodó en escenarios naturales de Big Sur (Point Lobos State Reserve, Pfeiffer Beach, y por supuesto el Bixby Creek Bridge). También ubicó escenas en San Dimas y Monterey. Para acrecentar el contenido emotivo y sentimental del film se añadió una canción que llegó a ser un hit enormemente versionado en las décadas posteriores. Se trata de "The Shadow of Your Smile", un tema compuesto por Johnny Mandel y con letra de Paul Francis Webster. Tras conseguir el Grammy y el Oscar a la mejor canción en 1966, el propio Johnny Mandel creó un arreglo para el acomodo de la voz de Tony Bennett y éste la convirtió en una de sus piezas de referencia.

Los paisajes de Big Sur atesoran una enorme belleza que brilla especialmente en la gran pantalla. Al igual que le ocurrió a Hitchcock en Vértigo, Minnelli sabe explotar el escenario para dar una fuerza dramática añadida a su película. El ritmo con el que las olas golpean los riscos parece caracterizar también la cadencia del film. La relación imposible que mantienen los protagonistas podría conducirles al fondo de uno de esos acantilados. Es difícil mantener la serenidad cuando los sentimientos fluyen con fuerza pero la reflexión final que Edward Hewitt realiza le otorgará la claridad suficiente para reconducir su vida lejos de Laura.