12 de gener del 2012

Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres


Se suele definir al thriller como "el género cinematográfico caracterizado por películas policíacas o de suspense, con gran carga emocional" o también como "aquél que incluye films emocionantes que, en general, narran hechos criminales o de suspense haciendo gala de un ritmo trepidante". Estas dos sentencias resumen muy brevemente el contenido principal de un género que ha sido objeto de estudio durante varias décadas. Pero la clave de su inalterable interés sigue siendo la conexión emocional que establece con el espectador; la capacidad de una película para implicar al público apelando a los sentimientos primarios. Un buen thriller será aquél que consiga rasgar la delgada capa que separa la racionalidad de la visceralidad.

Atendiendo a esta premisa, no cabe la menor duda de que esta primera entrega americana de la saga Millenium no sólo consigue sino que rebasa ampliamente los preceptos anteriormente citados. Resulta inevitable que la película no deje huella en tí tras haberla visto. La captación de la brutalidad recibida sólo dura unas horas porque nos movemos dentro del canon del espectáculo visible (que nadie espere encontrar las crueldades que cada año se exhiben en el festival de Sitges) pero, dentro de lo visualmente asumible, el film golpea y lo hace duramente.

La verdad es que no se podía esperar menos de la unión de tantos grandes talentos. El thriller es un género muy atrayente, pero sufre cuando la base argumental flaquea. En este sentido, Los Hombres que no Amaban las Mujeres, no podía tener ese problema al partir de la enorme solidez narrativa de la obra literaria de Stieg Larsson. El autor sueco, fallecido en 2004, fue un reconocido activista de la izquierda sueca y siempre mantuvo un enorme compromiso social con los más desfavorecidos. Denunció las injusticias desde las diversas publicaciones que editó e incluso levantó sospechas su propia muerte ya que había recibido numerosas amenazas que procedían de la extrema derecha. Esta vertiente política tan acusada, que yo no entraré a valorar en este artículo, está muy presente en una obra literaria que Larsson desarrolló como afición y que fue descubierta tras su desaparición.

Así pues, las novelas de Larsson son relatos negros y sombríos, en los que las grandes corporaciones empresariales están siempre salpicadas por escándalos de corrupción generados por la "tan asumida" avaricia capitalista. Larsson crea a Mickael Blomquist como su alterego de ficción: un periodista obstinado en denunciar los negocios turbios de la clase dominante erigiéndose como la voz del pueblo. Además de esto, también encontramos en su obra la presencia de personajes vinculados a la extrema derecha, gente que según sus palabras "podrían acabar con Suecia". Su profundo desprecio por la institución de la familia también tiene su correspondiente reflejo y, como resulta obvio, el tema del maltrato a la mujer y las injusticias de género predominan en sus argumentos. Dicho así, alguien podría pensar que estamos ante un tipo de literatura panfletaria y propagandística, que cuenta las bondades de la izquierda comunista. Si así fuera, su repercusión no habría sobrepasado el ámbito de las librerías de Estocolmo.

Su literatura ha podido trascender porque, si bien es cierto que estos elementos están presentes, la ficción que construye está construida con gran precisión y estilo de manera que los hechos principales solapan el mensaje político y lo circunscriben al marco general narrativo. No sabemos lo que Larsson habría decidido. Quizá de seguir vivo, estas novelas no hubieran visto la luz, quien sabe. El éxito mundial que ha conseguido póstumamente podría alejarse demasiado de su ideal de vida.

En el caso de la película, que ahora nos llega, debo decir lo siguiente: me parece ejemplar. Y buena parte de ese enorme mérito recae en cómo un director de categoría constrastada como David Fincher ha sabido articular la trama, los personajes, y el marco geográfica para crear una sinfonía cinematográfica bien afinada. La magnífica adaptación del siempre brillante Steven Zaillian, contribuye enormemente a ese éxito artístico. Soy consciente que hay algunas modificaciones con respecto a la obra original pero mi criterio de valoración se basa en observar la película como un vehículo independiente del resto de piezas y adaptaciones de la literatura de Stieg Larsson.

Gracias a la unión de grandes talentos en el aspecto creativo tenemos ante nosotros un film preciso, con estilo propio, perturbador, y sobretodo enormemente contundente. Y eso también se lo podemos agradecer a Fincher, que puso como condición para implicarse en el proyecto la obligación de que la película tuviera la calificación R. De esta manera, se podrían mostrar, con rotundidad, las escenas más sórdidas que Larsson había concebido. El estudio aceptó la condición a pesar de saber que eso mermaría las posibilidades del film en el box office.

Teniendo libertad de acción, Fincher se encuentra a gusto y despliega varias de las armas de su poderoso arsenal visual. El tratamiento de las escenas más comprometidas es una buena muestra de la gran técnica de filmación que atesora y consigue mostrarnos momentos desagradables sin por ello perder la entidad y siempre en perfecta simbiosis con la atmósfera del resto de la cinta.

En esta puesta en escena sin concesiones, Fincher se apoya en la magnífica labor de los directores de fotografía, Fredrick Bäckar y Jeff Cronenweth, y en la inquietante banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross (atención a la nueva versión de Immigrant Song, en los títulos de crédito iniciales). Por otro lado, el reparto que tiene a sus órdenes le permite trasladar las emociones de una forma muy precisa. Y, en este apartado, hay que empezar por la casi desconocida Rooney Mara.

Con 26 años, Rooney Mara ha saltado a la palestra con una interpretación espléndida en un papel por el que lucharon muchas actrices. Dar vida a un personaje tan complejo como Lisbeth Salander no resulta nada facil pero Rooney consigue desarrollar todas sus aristas de una forma excelsa. Refleja perfectamente el frío temperamento de Lisbeth al igual que su misantropía, ambigüedad, y la agresividad que tanto la caracteriza. Lisbeth y el periodista Mickael Blomquist (un Daniel Craig en plena forma) evolucionan en paralelo durante buena parte de la película pero sus caminos están destinados a cruzarse y, cuando eso ocurre, la cinta se beneficia de la buena química existente entre los dos. El resto del reparto es de primerísimo nivel aunque podrían destacarse las presencias del gran Christopher Plummer, Stellan Skarsgaard, Steven Berkoff, y Joely Richardson.

La película tiene una larga duración porque cuenta con una historia muy amplia que debe explicar. Otro mérito más de Fincher es el de haber conseguido que el ritmo de la acción se mantenga elevado en la práctica totalidad del metraje. El film parece tener un poder magnético, capaz de arrastrarte por los helados paisajes suecos mientras la narración te va descubriendo, mediante unos flashbacks impecables, la crónica de los hechos que cambiaron a la familia Vanger para siempre.

Solo hacia el final, el ritmo parece decaer levemente para finalmente volver a recuperar el interés en la conclusión final. A Lisbeth Salander le quedan varias aventuras por delante tras dar buena cuenta de los hombres que no amaban a las mujeres. Su historia debe continuar en la pantalla grande y parece que Sony Pictures también lo cree. Estamos de enhorabuena.